sábado, 13 de junio de 2009

"EL LIBRO DE LAS TIERRAS VIRGENES" (libro de la selva)


LOS HERMANOS DE MOWGLI



En las colinas de Seeonee daban las siete en aquella bochornosa tarde. Papá Lobo despertóse de su sueño diurno; se rascó, bostezó, alargó las patas, primero una y luego la otra para sacudirse la pesadez que todavía sentía en ellas. Mamá Loba continuaba echada, apoyado el grande hocico de color gris sobre sus cuatro lobatos, vacilantes y chilones, en tanto que la luna hacía brillar la entrada de la caverna donde todos ellos habitaban.

-¡Augr.! .-masculló el lobo padre-. Ya es hora de ir de caza de nuevo.

Iba a lanzarse por la ladera cuando una sombra, no muy corpulenta y provista de espesa cola, cruzó el umbral y dijo con lastimera voz: -¡Buena suerte, jefe de los lobos, y que la de tus nobles hijos no sea peor! ¡Que les crezcan fuertes dientes y que nunca, en este mundo, se les olvide tener hambre!

El chacal Tabaqui, el lameplatos, era quien así hablaba. Los lobos, en la India, desprecian a Tabaqui porque siempre anda metiendo cizaña de un lado para otro, sembrando chismes, comiendo desperdicios y pedazos de cuero que busca entre los montones de basura que hay en las calles de los pueblos. Le temen, sin embargo, aunque lo desprecian, por que Tabaqui, más que nadie en toda la selva, tiende a perder la cabeza y entonces olvida lo que es tener miedo, corre por la espesura y muerde a cuanto se le pone enfrente. Cuando Tabaqui pierde la cabeza, hasta el tigre se esconde, porque lo más deshonroso que puede ocurrirle a un animal salvaje, es la locura. Los hombres le damos el nombre de hidrofobia, pero ellos la llaman dewanee (la locura) y huyen al mencionarla.

-Bueno; entra y busca -dijo papá Lobo-. Sin embargo, te advierto que aquí no hay comida.

-No para un lobo -respondió Tabaqui-, pero para un infeliz como yo, un hueso constituye un exquisito banquete. ¿Quiénes somos los Gidurg-log (el pueblo chacal) para andar escogiendo?

Y a toda prisa se dirigió al fondo de la caverna; allí encontró un hueso de gamo con algo de carne aún adherida a él y se puso a comerlo alegremente.

-Muchas, muchas gracias por tan excelente comida -dijo luego relamiéndose-. ¡Ah! ¡Qué hermosos son tus nobles hijos! ¡Qué ojos tan grandes tienen! ¡Y a pesar de ser tan jóvenes!. . .
Pero esto no debiera causarme asombro, es verdad, pues basta recordar que los hijos de los reyes son ya hombres desde su nacimiento.

Es inútil decir que, como otro cualquiera, Tabaqui sabía que no hay nada tan fuera de lugar como elogiar a los niños estando ellos presentes, y que le divertía por extremo ver en situación embarazosa a mamá Loba y a papá Lobo.

Tabaqui permaneció inmóvil, gozando con el daño causado, y añadió luego, despechado:
-Shere Khan el Grande ha cambiado de cazadero. Según me han dicho, cazará en estas colinas durante la próxima luna.

Shere Khan era el tigre que vivía cerca del río Waingunga, a cinco leguas de distancia.

-Ningún derecho le asiste para ello -protestó enojado papá Lobo-. De acuerdo con la ley de la selva, debe advertirlo debidamente antes de cambiar de lugar. Asustará a toda la caza en dos leguas y media a la redonda; y, en este caso, yo... yo he de trabajar el doble.

-Por algo su madre le puso por nombre Lungri (el Cojo) -musitó mamá Loba-. Es cojo de nacimiento, y por eso nunca pudo matar más que ganado. Ahora lo persiguen los campesinos de Waingunga, y se viene aquí a molestar a los nuestros. Ellos revolverán toda la selva buscándolo cuando ya esté lejos, y nosotros y nuestros hijos tendremos que huir cuando peguen fuego a la maleza. ¡Te digo que le estaremos muy agradecidos a Shere Khan!

-¿Quieren que se lo diga? -preguntó Tabaqui.

-¡Fuera! -replicó papá Lobo, enfadado-. ¡Fuera de aquí y vete a cazar con tu amo! ¡Ya hiciste bastante daño esta noche!

-Me voy -dijo suavemente Tabaqui-. Desde aquí puede oírse a Shere Khan allá abajo, en la espesura. Pude haberme ahorrado traerles esta noticia.

Escuchó atentamente papá Lobo, y allá, en el valle que descendía hasta el río, oyó el seco, colérico, pérfido lamento del tigre cuando no ha podido cobrar ni una sola pieza, y poco le importa entonces que toda la selva lo sepa.

-¡lmbécil! -exclamó papá Lobo. ¡Vaya una manera de empezar el trabajo metiendo semejante ruido! ¿Creerá acaso que nuestros gamos son como sus cebados bueyes de Waingunga?

-¡Chitón! No son bueyes ni gamos lo que caza esta noche -respondió mamá Loba-. Lo que hoy busca es al hombre.

El plañidero grito se había convertido ya en algo como un zumbante ronquido que parecía llegar de todo el ámbito de la comarca. Era aquel rumor especial que turba a los leñadores y a toda la gente errante que duerme al raso, y que a veces los hace correr tan desatinados que se arrojan en las mismas fauces del tigre.

-¡Al hombre!... -dijo papá Lobo mostrando la doble hilera de blanquísimos dientes. ¡Jaug! ¿No hay acaso suficientes escarabajos y ranas en los pozos, para que ahora se le ocurra comer carne humana. ¡Y de añadidura en terreno nuestro!.

La ley de la selva -que nunca ordena algo sin tener motivo para ello prohíbe a toda fiera que coma hombre, excepto en el caso de que ésta mate para enseñar a sus pequeñuelos a matar; pero, aun en este caso, es necesario que cace fuera del cazadero de su manada o tribu. La verdadera causa de esta disposición, es que toda humana matanza trae consigo, tarde o temprano, los hombres blancos montados en elefantes y armados de fusiles, acompañados de algunos centenares de hombres de color con batintines, cohetes y antorchas. Y entonces a todo el mundo en la selva le toca sufrir. Por lo que toca a la razón que entre sí se dan las fieras, es que alegan que el hombre es el más débil e indefenso de todos los seres vivientes, y que no es digno de un cazador poner la mano sobre él. Alegan también -y es cierto- que los devoradores de hombres se vuelven sarnosos y pierden los dientes.

El ronquido se hizo más intenso y finalmente terminó con el ¡Aaar! que lanza el tigre a plena voz en el momento de atacar.

Se oyó entonces un aullido -impropio de un tigre-, lanzado por Shere Khan.

-Erró el golpe -dijo mamá Loba-. ¿Qué sucede?

Salió papá Lobo y corrió la distancia de unos cuantos pasos, y oyó a Shere Khan murmurando y gruñendo furiosamente, en tanto se revolcaba en la maleza.

-A ese necio se le ocurrió nada menos que saltar por encima del fuego encendido por unos leñadores, y se le quemaron las patas -dijo papá Lobo, con mal humor, gruñendo. Tabaqui está allí, con él.

-Alguien sube por la colina -observó mamá Loba enderezando una oreja. Prepárate.

Crujieron levemente las hierbas en la espesura; papá Lobo se agachó, pronto a dar el salto, con los cuartos traseros junto a la tierra. De haber estado allí en acecho, hubieran podido ver ustedes la cosa más maravillosa del mundo: en el preciso momento de estar saltando, se detuvo el lobo. Brincó antes de haber visto contra qué se lanzaba, y, repentinamente, trató de detenerse. El resultado fue que salió disparado hacia arriba, verticalmente, hasta un metro o metro y medio de altura, y luego cayó de nuevo en el mismo lugar.

-¡Un hombre! -exclamó disgustado. Un cachorro humano. ¡Mira!

Frente a él, apoyado en una rama baja, se erguía, enteramente desnudo, un niño moreno que apenas sabía andar: una cosa, la más simpática y pequeña, la más fina y gordinflona que jamás se había presentado de noche ante la caverna de un lobo. Miró a éste cara a cara y se rió.

-¿Es eso un cachorro de hombre? -dijo mamá Loba-. Nunca vi ninguno. Tráelo.

Un lobo, si es preciso, puede llevar un huevo en el hocico sin romperlo, pues está acostumbrado a mover de un lado al otro a sus propios pequenuelos; de esta manera, aunque se juntaron las quijadas de papá Lobo sobre la espalda del niño, ni un solo diente le arañó la piel, la que apareció intacta al colocarlo aquel entre los lobatos.

-¡Qué pequeño! ¡Qué desnudo! Y... ¡qué atrevido! -dijo dulcemente mamá Loba. El niño se abría paso entre los cachorros para arrimarse al calor de la piel-. ¡Vaya! Ahora come con los demás. De mariera que éste es un cachorro de hombre, ¿eh? ¡A ver si hubo nunca un lobo que pudiera jactarse de contar con uno que estuviera entre sus hijos!...

-De eso oí hablar algunas veces, pero nunca respecto de nuestra manada o que hubiera ocurrido en mis tiempos -contestó papá Lobo-. Carece completamente de pelo y bastaría que yo lo tocara con el pie para matarlo. Pero, mira: nos ve y ni siquiera tiene miedo.

De pronto, el resplandor de la luna que penetraba por la boca de la caverna quedó interceptado por la enorme cabeza cuadrada y por una parte del pecho de Shere Khan que se asomaba a la entrada. Tabaqui, detrás de él, le decía con voz aguda:

-¡Señor, señor, se metió aquí!

-Shere Khan nos honra por extremo con su visita -dijo papá Lobo, pero sus iracundos ojos desmentían sus palabras-. ¿Qué desea Shere Khan?

-Mi presa. Un cachorro humano pasó por aquí. Sus padres huyeron. Dámelo.

Como dijo papá Lobo, Shere Khan había saltado por encima de un fuego encendido por los leñadores, y se sentía furioso por el dolor de las quemaduras que tenía en las patas. Sin embargo, papá Lobo sabía muy bien que la boca de la caverna era suficientemente estrecha como para que no pudiera pasar por ella el tigre. Aun en el sitio donde se encontraba Shere Khan, tenía que encoger penosamente sus patas y la parte superior de su pecho, como le sucedería a un hombre que intentara pelear con otro dentro de una cuba.

-Los lobos son un pueblo libre -le respondió papá Lobo-. Sólo obedecen las órdenes del jefe de su manada y no las de un pintarrajeado cazador de reses como tú. El cachorro de hombre es nuestro... para matarlo, si nos place.

-¡Si nos place! ¡Si nos place! ¿Qué significa eso de si nos place o no? ¡Por el toro que maté! ¡Es cosa de preguntarse hasta cuándo debo estar oliendo esta perruna guarida, para que se me entregue lo que en justicia se me debe! iSoy yo, Shere Khan, el que les habla!

Por todos los rincones de la caverna resonó el rugido del tigre. Separándose de los lobatos mamá Loba se adelantó, fijando sus ojos en los ojos llameantes de Shere Khan; y los ojos de la loba parecían dos verdes lunas brillando en la oscuridad.

-Y yo soy Raksha (el demonio), quien te contesta. El cachorro humano es mío, Lungri, mío y muy mío. No se le matará. Vivirá y correrá junto con nuestra manada y cazará con ella; y, finalmente, y atienda bien su merced, señor cazador de desnudos cachorrillos.., devorador de ranas... matador de pocos..., finalmente, él será quien, a su vez, lo cace a usted. Así que, ahora, ¡lárguese!, o por el sambliur que maté -pues yo no como ganado hambriento-, le aseguro, fiera chamuscada de las selvas, que volverá su merced al regazo de su madre más coja aún que al venir al mundo. ¡Lárguese!

Papá Lobo la miró con aire estupefacto. . . Ya casi había olvidado aquellos tiempos en que ganó a mamá Loba en fiero combate con cinco lobos, cuando ella tomaba parte en las correrías de la manada; llamarla Demonio no era un mero cumplido.

Quizás Shere Khan hubiera desafiado a papá Lobo, pero no podía resistirse contra mamá Loba; sabía que, en el lugar en que se encontraban, todas las ventajas eran para ella y lucharía hasta morir. Se retiró, pues, rezongando, de la boca de la caverna, y, cuando se vio libre, gritó:

-¡Cada lobo aúlla en su caverna! Veremos qué dice la manada acerca de eso de criar cachorros humanos. El cachorro es mío, y finalmente vendrá a parar a mis dientes!. ¡Rabiosos! ¡ Ladrones!

Jadeante se echó de nuevo mamá Loba entre sus lobatos, y papá Lobo díjole gravemente:

-Mucho hay de verdad en lo que dijo Shere Khan. Es necesario enseñar el cachorro a la manada. ¿Persistes en guardártelo, mamá?

-¡Guardarlo! respondió ella suspirando Desnudo vino, de noche, hambriento y solo, y, con todo, no tenía miedo. Mira: ya echó a un lado a uno de mis hijos. ¡Y ese carnicero cojo quería matarlo y escaparse después al Waingunga, en tanto que los campesinos, en venganza, venían aquí al ojeo en nuestros cubiles! ¡Guardarlo! ¡Por supuesto que lo guardaré! Acuéstate quietecito, renacuajo.
Vendrá el tiempo, Mowgli -porque en adelante llamaré a su merced Mowgli, la rana- en que no sea usted el cazado por Shere Khan, sino quien le cace a él.
-Pero, ¿qué dirá nuestra manada? dijo papá Lobo.

La ley de la selva ordena terminantemente que cualquier lobo, al casarse, puede retirarse de la manada a que pertenece; pero también que, tan pronto como los cachorros tengan edad suficiente para sostenerse en pie, deberá llevarlos al Consejo de la manada con el fin de que los otros lobos puedan identificarlos; el Consejo se celebra una vez al mes, al resplandor de la luna llena. Después de la inspección, quedan en libertad los lobatos para correr por donde les plazca; hasta que no hayan matado al primer gamo, no se admite ninguna excusa en favor del lobo de la manada que sea ya mayor y mate a alguno de los lobatos. Al asesino se le impone como castigo la pena de muerte, donde pueda encontrársele; si se piensa durante un momento sobre esto, se verá que es realmente lo justo.

Papá Lobo esperó un poco hasta que sus cachorros pudieran corretear un poco, y luego, la noche de la reunión de toda la manada, los cogió, junto con Mowgli y con mamá Loba, y llevó a todos a la Roca del Consejo, que era una cima cubierta de piedras y guijarros en donde podían ocultarse un centenar de lobos.

Echado cuan largo era sobre su peña, estaba Akela, el enorme y gris Lobo Solitario que había llegado a ser jefe de la manada gracias a su fuerza y habilidad. Más abajo se sentaban unos cuarenta lobos de todos tamaños y colores: había veteranos de color de tejón que podían enfrentarse a solas con un gamo, y había también lobos de tres años de edad que sólo presumían que habían de poder. Desde hacía un año, el Lobo Solitario los guiaba a todos. Allá en su juventud había caído dos veces en una trampa; en otra ocasión había sido apaleado hasta darlo por muerto. Sabía muy bien, pues, los usos y costumbres de los hombres.

Se habló muy poco en la reunión de la Roca. Caían y tropezaban unos contra otros los lobatos en el centro del círculo donde se sentaban sus respectivos padres y madres. De cuando en cuando, un lobo anciano se dirigía en silencio hacia uno de los cachorros, lo miraba atentamente y se volvía a su sitio sin producir el menor ruido. De pronto, una madre empujaba a su lobato hacia la luz de la luna para estar segura de que no había pasado inadvertido. Akela, desde su roca, gritaba:

-Ya saben lo que dice la ley; ya lo saben. ¡Miren bien, lobos!

Y las madres, ansiosas, repetían:

-¡Miren! ¡Miren bien, lobos!

Al cabo, llegó el momento y a mamá Loba se le erizaron todos los pelos del cuello- en que papá empujó a "Mowgli, la rana", corno lo llamaban, hacia el centro. Mowgli se sentó allí, riendo y jugando con algunos guijarros a los que hacía brillar la luz de la luna.

Sin levantar la cabeza, que hacía descansar sobre sus patas, Akela continuaba profiriendo su monótono grito:

-¡Miren bien!

Se elevó un sordo rugido detrás de las rocas. Era la voz de Shere Khan que gritaba a su vez:

-Ese cachorro es mío; debéis dármelo. ¿Qué tiene que ver el Pueblo Libre con un cachorro humano?Akela ni siquiera movió las orejas. Se limitó a decir:

-¡Miren bien, lobos! ¿Qué le importan al Pueblo Libre los mandatos de cualquiera que no sea el mismo pueblo? ¡Miren bien!

Se elevó un coro de gruñidos. Un lobo joven, de unos cuatro años, recogió la pregunta de Shere Khan, y se dirigió de nuevo a Akela:

-¿Qué tiene que ver el Pueblo Libre con un cachorro humano?

Ahora bien: la ley de la selva ordena que, en caso de ponerse en tela de juicio el derecho que un cachorro tiene a ser admitido por la manada, deberán defenderlo, a lo menos, dos miembros de ésta, que no sean su padre o su madre.

-¿Quién alza la voz en favor de este cachorro? interrogó Akela ¿Quién, de los que pertenecen al Pueblo Libre, habla en favor suyo?

Nadie respondía, y mamá Loba se preparó para lo que ya sabía ella que sería su última pelea, si era preciso llegar al terreno de la lucha.

Pero entonces, Baloo, único animal de otra especie a quien se le permite tomar parte en el Consejo de la manada; Baloo, el soñoliento oso pardo que alecciona a los lobatos la ley de la selva; el viejo Baloo, que va y viene por donde quiere porque su alimento se compone sólo de nueces, raíces y miel, se levantó en dos patas y gruño:

-¿El cachorro humano?... ¡Yo hablo en favor del cachorro! No puede hacernos ningún mal. No soy elocuente, pero digo la verdad. Que corra con la manada y que se le cuente como uno de tantos. Yo seré su maestro.

-Ahora necesitamos que hable otro en su favor -dijo Akela-. Ya habló Baloo, el cual es maestro de nuestros lobatos. ¿Quién quiere hablar además de él?

Se movió hacia el círculo una sombra negra. Era Bagheera, la pantera, toda ella de un color negro de tinta, pero ostentaba marcas en su piel, propias de su especie, las cuales, según como incidiera en ellas la luz, parecían las aguas de ciertas telas de seda. Todo el mundo conocía a Bagheera; nadie osaba atravesarse en su camino, porque era tan astuta como Tabaqui, tan audaz como el búfalo salvaje y tan sin freno como un elefante herido. Con todo, su voz era suave como la miel silvestre que se desprende gota a gota de un árbol y su piel era más fina que el plumón.

-¡Akela -dijo en un susurro-, y ustedes, Pueblo Libre! Yo no tengo derecho, cierto, de mezclarme en esta asamblea. Mas la ley de la selva dice que si surge alguna duda, no relacionada con alguna muerte, tocante a un nuevo cachorro, la vida de éste puede comprarse por un precio estipulado. La ley, por último, no dice quién puede o quién no puede pagar ese precio. ¿Es cierto lo que digo?

-¡Muy bien! ¡Muy bien! dijeron a coro los lobos más jóvenes, hambrientos siempre. ¡Que hable Bagheera! El cachorro puede comprarse mediante un precio estipulado. Así lo dice la ley.

-Como sé que no me asiste el derecho de hablar aquí, pido el permiso de ustedes para hacerlo.

-¡Bueno! ¡Habla! -gritaron a la vez veinte voces.

-Es una vergüenza matar a un cachorro desnudo. Por lo demás, puede ser muy útil para ustedes en la caza, cuando sea mayor. Ya Baloo habló en su defensa. Pues bien: a lo que él dijo, añadiré yo la oferta de un toro cebado, acabado de matar a poca distancia de aquí, si aceptan al cachorro humano de acuerdo con lo que dice la ley. ¿Hay algo qué objetar?

Elevóse un clamor de docenas de voces que decían:

-¡Qué importa! Ya morirá cuando lleguen las lluvias del invierno; ya le abrasarán vivo los rayos del sol. Una rana desnuda como ésta, ¿en qué puede perjudicarnos? Dejémosle que se junte a la manada. ¿Dónde está el toro, Bagheera? ¡Aceptémoslo!.

Y se escuchó entonces el profundo ladrido de Akela que advertía:
-¡Mírenlo bien, mírenlo bien, lobos!

Estaba Mowgli tan entretenido jugando con los guijarros, que no observó que aquellos se le acercaban uno a uno y lo miraban atentamente.

Descendieron al cabo todos de la colina en busca del toro muerto, exceptuando sólo a Akela, Bagheera, Baloo y los lobos hermanos de Mowgli.
Entre las sombras de la noche, rugía aún Shere Khan, furioso por no haber logrado que le entregaran a Mowgli.

-¡Ea! ¡Ruge, ruge cuanto quieras! -díjole Bagheera en sus propias barbas-, O yo no conozco nada a los hombres, o llegará el día en que esa cosa que está allí tan desnuda le hará a su merced rugir en muy distinto tono.

-Hicimos bien -observó Akela. Los hombres y sus cachorros saben mucho. Con el tiempo, podrá ayudarnos.

-Ciertamente... Puede ser nuestro apoyo, en caso necesario, porque nadie debe forjarse la ilusión de ser siempre director de la manada -respondió Bagheera.

Akela permaneció mudo... Pensaba en aquel tiempo que fatalmente llega para todo jefe de manada, cuando sus fuerzas lo abandonan, cuando se siente más débil cada día, hasta que, al fin, los otros lobos lo matan y viene un nuevo jefe a ocupar su puesto... para que a su vez lo maten también, cuando le llegue el turno.

-Llévatelo -le dijo a papá Lobo y adiéstralo en todo aquello que debe saber quien pertenece al Pueblo Libre.

Así fue como Mowgli entró a formar parte de la manada de lobos de Seeonee, y el rescate por su vida fue un toro, y Baloo fue su defensor.
Ahora debemos contentarnos con saltar diez u once años y con adivinar la maravillosa vida que Mowgli llevó entre los lobos; si tuviéramos que escribirla, sólo Dios sabe los libros que llenaría.
Creció junto con los lobatos, aunque, por supuesto, antes de que él hubiera salido de la primera infancia, ellos ya eran lobos hechos y derechos. Papá Lobo le enseñó su oficio y el significado de todo lo que en la selva había, hasta que cada ruido bajo la hierba, cada tibio soplo del vientecillo de la noche, cada nota lanzada por el búho sobre su cabeza, cada rumor que producen los murciélagos al arañar cuando descansan durante un momento en un árbol, y cada ruidillo que causa el pez al saltar en una balsa significaron para él tanto como significa el trabajo en la oficina para el hombre de negocios. Cuando no estaba aprendiendo algo, se sentaba a tomar el sol o dormía; luego, a comer y a dormir de nuevo. Cuando sentía necesidad de lavarse o le molestaba el calor, íbase a nadar en las lagunas del bosque. Finalmente, cuando necesitaba miel -pues Baloo le había dicho que la miel con nueces era una comida tan delicada como la carne cruda-, trepaba a los árboles para buscarla, y esto último se lo enseñó Bagheera.

Tendíase la pantera sobre una rama y lo llamaba diciendo:

-Sube acá, hermanito.

Al principio, Mowgli se agarraba torpemente, como el animal llamado perezoso; pero ya después saltaba entre las ramas, de la una a la otra, con toda la maestría de un mono gris. Ocupó asimismo su lugar en el Consejo de la Roca al reunirse con la manada, y allí descubrió que, mirando fijamente a un lobo, lo obligaba a bajar los ojos. y esto fue motivo para que lo hiciera a menudo por mera diversión. En otras ocasiones arrancaba de la piel de sus amigos las largas espinas que se les habían clavado en ella, pues los lobos sufren muchísimo con las espinas y cardos que se les quedan entre las lanas. También, en plena noche, descendía por la ladera de la colina y se llegaba hasta las tierras de cultivo y miraba curiosamente a los campesinos en sus chozas.

Desconfiaba de ellos, sin embargo, pues Bagheera le había señalado una caja cuadrada con puerta que se hundía al pisarla, colocada con tanta habilidad entre la maleza, que casi cayó él dentro. Bagheera le dijo que era una trampa.

Pero nada fue tan de su gusto como perderse con la pantera en las tibias profundidades del bosque, dormir durante todo el pesado día y contemplar por la noche cómo Bagheera se entregaba a la caza. Mataba ella sin discreción ni miramiento, según su apetito, y lo mismo Mowgli, con una sola excepción: en cuanto tuvo edad suficiente para comprender las cosas, Bagheera le enseñó que se abstuviera de matar ninguna cabeza de ganado porque la propia vida de él había sido rescatada mediante la entrega de un toro.

-Cuanto hay en la selva es tuyo -le dijo Bagheera- puedes matar todo lo que tus fuerzas te permitan. Pero, en memoria del toro que sirvió para salvar tu vida, no pondrás nunca la mano en res alguna, ni siquiera para comerla, sea joven o vieja. La ley de la selva prescribe esto.
Mowgli obedeció estrictamente lo que se le ordenaba.

Y creció, creció tan robusto como es forzoso que crezca un niño que no tiene que preocuparse por estudiar las lecciones que aprende por modo natural, y para quien no existen más cuidados que el de conseguir la comida.

Una o dos veces le intimó mamá Loba que desconfiara de Shere Khan, y asimismo le dijo que tendría que matarlo un día u otro. Pero, aunque un lobato hubiera recordado este consejo a cada momento, Mowgli lo olvidó por completo, como niño que era, por más que él mismo, indudablemente, se hubiera calificado a sí mismo de lobo a haber podido hablar en alguna lengua de las que usan los hombres.

Shere Khan salíale continuamente al paso, porque como Akela se hacía ya viejo y cada día disminuían sus fuerzas, el tigre cojo había llegado a tener estrecha amistad con los lobos más jóvenes de la manada que le seguían para recoger sus sobras; nunca hubiera tolerado esto Akela, de haberse atrevido a ejercer su autoridad llevándola al extremo.

En estas ocasiones los halagaba Shere Khan mostrándose sorprendido de que tales cazadores, tan jóvenes y excelentes, se dejaran guiar por un lobo que ya estaba medio muerto y por un cachorro humano.

-Me dicen -afirmábales Shere Khan- que no se atreve nadie de ustedes a mirar en los ojos al hombrecito cuando se reúnen en conseio.

Y los lobos le contestaban gruñendo, erizado el pelo.

Algo de esto llegó a oídos de Bagheera, que parecía estar en todas partes viéndolo y oyéndolo todo, y en más de una ocasión le explicó a Mowgli en pocas palabras que Shere Khan lo mataría algún día. A esto respondía Mowgli, riéndose:

-Cuento con la manada y contigo. E inclusive Baloo, con toda su pereza, no dejaría de dar algunos golpes en mi defensa. ¿Por qué, pues, inquietarme?

Un día en que el calor era excesivo, se le ocurrió una idea a Bagheera, idea nacida de algo que había oído. Probablemente debía la noticia a Ikki, el puerco espín. Ello fue que le dijo a Mowgli, cuando se encontraban ambos en lo más profundo de la selva, y en tanto que el muchacho reclinaba la cabeza sobre la hermosa y negra piel de Bagheera:

-¿Cuántas veces te he dicho, hermanito, que Shere Khan es enemigo tuyo?

-Tantas veces cuantos frutos tiene esa palmera -respondió Mowgli que, por supuesto, no sabía contar-.

¡Bueno! ¿Y qué? Tengo sueño, Bagheera, y Shere Khan no tiene sino mucha cola y muchas palabras. . . como Mao, el pavo real.

-No es hora de dormir. Baloo sabe que es verdad; lo sabe toda la manada, y hasta los infelices y simplícisimos ciervos lo saben. Además, a ti mismo te lo ha dicho Tabaqui.

-¡Oh! -respondió Mowgli-. El otro día llegóse a mí con impertinencias de que si yo era un desnudo cachorro de hombre y que no servía ni para desenterrar raíces. Pero lo cogí de la cola y le di contra una palmera dos veces para enseñarle a tener mejores modales.

-¡Vaya tontería! Aunque Tabaqui es un chismoso, te hubiera dicho algo que te interesa mucho. ¡Abre esos ojos, hermanito! Shere Khan no se atreve a matarte en la selva; acuérdate, sin embargo, de que Akela es ya muy viejo, y que no tardará en llegar el día en que le será imposible cazar un solo gamo. Ese día dejará de ser jefe. Son ya viejos también muchos de los lobos que te admitieron cuando que los son jóvenes creen, porque así fuiste presentado al consejo, y se lo enseñó Shere Khan, que un cachorro humano no tiene derecho a estar en la manada. En poco tiempo serás ya un hombre.

-¿Qué es, pues, un hombre, para que no pueda juntarse con sus hermanos? -dijo Mowgli-. Nací en la selva; he obedecido su ley, y no hay un solo lobo entre los nuestros de cuyas patas no haya yo arrancado alguna espina. ¿Cómo dudar de que son mis hermanos?

Se tendió Bagheera cuan larga era, y, con los ojos entrecerrados, dijo:

-Toca aquí, hermanito, bajo mi quijada.

Levantó Mowgli su áspera y tostada mano, y, precisamente debajo de la sedosa barbilla de Bagheera, donde los enormes y movibles músculos quedaban ocultos por el luciente pelo, encontró un espacio raído.

-Nadie, en toda la extensión de la selva sabe que yo, Bagheera, tengo esta marca, la marca que deja el collar. Y, con todo, hermanito, yo nací entre los hombres, y entre ellos murió mi madre. .. en las jaulas del Palacio Real, en Oodeypore. Tal fue el motivo que me impulsó a pagar por ti el precio convenido en el consejo, cuando no eras más que un desnudo cachorrillo. Sí; también yo nací entre los hombres. Desconocía yo la selva. Me alimentaban en artesas de hierro tras los barrotes de la jaula, hasta que una noche despertó dentro de mi ser el sentimiento de que yo era Bagheera, la pantera, y no un juguete para la diversión de los hombres, y entonces, de un zarpazo, rompí la estúpida cerradura y escapé. Y precisamente porque aprendí las costumbres de los hombres, infundí en la selva más terror que Shere Khan. ¿No es cierto?

-Así es -dijo Mowgli-. Todos en la selva temen a Bagheera... todos, excepto Mowgli.

-¡Oh!... Tú eres un cachorro humano -dijo con gran ternura la pantera negra-, y de la misma manera que yo volví a mi selva, así tú deberás volver, finalmente, a donde están los hombres.., los hombres que son tus hermanos. Pero esto, si no te matan antes en el Consejo.

-¿Por qué ha de querer alguien matarme? ¿Por qué? -dijo Mowgli.
-¡Mírame! -contestó Bagheera.

Mowgli la miró fijamente en los ojos. Al cabo de algunos momentos, la enorme pantera volvió la cabeza.

-Por esto -dijo cambiando de posición una de sus patas, que colocó sobre un lecho de hojas-. Aun para mí es imposible mirarte a los ojos, a pesar de que yo nací entre los hombres y de que te quiero, hermanito. Pero los otros te odian porque no pueden resistir el choque de tu mirada; porque eres sabio; porque en muchas ocasiones arrancaste espinas de sus patas. . ¡ Porque eres un hombre!

-Ignoraba todo eso -respondió rudamente Mowgli, y arrugó las negras y pobladas cejas.

-¿Cuál es la ley de la selva? Esta: pega primero y avisa después. Conocen que eres un hombre hasta por el descuido con que te conduces. Pero sé prudente. El corazón me avisa que en cuanto Akela no pueda cobrar el primer gamo sobre el que se arroje (y cada día es más difícil para él apoderarse de los gamos que persigue), la manada se pondrá en contra de él y de ti. Tendrá lugar un consejo de la selva en la Peña, y entonces.., y entonces. . ¡Ya tengo una idea! -prosiguió Bagheera levantándose de un salto-. Dirígete de inmediato a las chozas de los hombres, allá en el valle y coge una parte de la Flor Roja que allí cultivan; con esto podrás contar en el momento oportuno con un apoyo más fuerte que yo, o que Baloo, o que el de los que bien te quieren en la manada. ¡Anda! ¡Ve a buscar la Flor Roja!

Con la expresión "Flor Roja", Bagheera quería significar el fuego; pero así hablaba porque en toda la selva no hay ser viviente que desee llamar el fuego por su nombre. Un miedo mortal se apodera de todas las fieras ante él, y para describir lo que tal pavor les causa inventan cien modos distintos.

-¿La Flor Roja? -dijo Mowgli-. Es la que crece fuera de las chozas en la hora del crepúsculo. Me apoderaré de ella.

-Así es como deben hablar los cachorros de los hombres -dijo Bagheera con orgullo-. Deberás recordar que esa flor crece en unas macetas pequeñas. Arrebata una y guárdala para cuando llegue la hora en que podrás necesitarla.

-¡Bueno! -respondió Mowgli-.
Voy allá. -Le deslizó un brazo en torno del espléndido cuello y la miró profundamente en los grandes ojos, y continuó-: Pero, ¿estás segura, ¡Bagheera mía!, de que todo esto es obra de Shere Khan?

-Por la cerradura que me dio la libertad, te aseguro que sí, hermanito.

-Pues si así es, ¡por el toro que sirvió como rescate de mi vida!, te prometo que saldaré mis cuentas con Shere Khan, y hasta es posible que le pague inclusive algo más de lo que le debo.
Y al decir esto, salió rápidamente.

-este es un hombre.., todo un hombre -se dijo Bagheera, tendiéndose de nuevo en el suelo-. ¡Ah, Shere Khan! ¡Nunca emprendiste más funesta cacería que la de esta rana, diez años hace!
Mowgli se alejó por el interior del bosque a todo correr, y sentía como si el corazón le ardiera en el pecho.

A la hora en que empezaba a elevarse la niebla vespertina, llegó a la cueva; se detuvo para tomar aliento y miró hacia el fondo del valle. Los lobatos estaban ausentes. pero mamá Loba, desde la profundidad de la caverna, conoció que algo le pasaba a su rana, por el modo de respirar de ésta.
-¿Qué sucede, hijo? -preguntó.

-Habladurías propias de murciélagos, de ese Shere Khan -le respondió Mowgli-. Esta noche cazo en terreno labrantío.

Hundióse luego entre los arbustos y se dirigió al sitio por donde corrían las aguas en el fondo del vaIle. Oyó los salvajes alaridos de la cacería en que se hallaba la manada, y se detuvo: el mugido del sambhur perseguido; el resoplar del gamo cuando se ve acorralado.

Resonó entonces el coro de perversos e insultantes aullidos de los lobos más jóvenes:

-¡Akela! ¡Akela! ¡Que el Lobo Solitario muestre su fuerza! ¡Paso al jefe de la manada! ¡Salta, Akela!

Debió saltar el Lobo Solitario, errando el golpe, porque Mowgli oyó el chasquido de los dientes y luego una especie de ladrido cuando el sambhur lo hizo rodar al suelo al empujarlo con las patas delanteras.

No quiso esperar más para ver lo que sucedía. Siguió adelante y los gritos se oyeron cada vez más débiles a medida que se alejaba en dirección de las tierras de labor, donde vivían los campesinos.

-Bagheera tenía razón -se dijo, jadeando fuertemente en tanto se arrellanaba sobre unos forrajes que encontró bajo la ventana de la choza-, Mañana será un día muy importante para Akela y para mi.

Pegando luego la cara a la ventana, miró el fuego que ardía en el suelo. Durante la noche vio a la mujer del labriego levantarse y arrojar sobre las llamas unos trozos de algo negro. Y por la mañana, cuando aún estaba todo envuelto en blanca y fría neblina, vio a un pequeño, hijo del campesino, coger algo como una maceta de mimbres, enjalbegada por dentro con tierra, llenarla de enrojecidas brasas, colocarla bajo una manta y salir para cuidar las vacas en el establo.

-¿Es esto todo? -dijo Mowgli-. Si un cachorro como ése puede hacerlo, entonces nada débo temer.

Dobló la esquina de la casa, corrió hacia el muchacho, le arrebató aquella como maceta y desapareció con ella entre la niebla en tanto que el chico chillaba, atemorizado.

Se parecen mucho a mí -dijo Mowgli soplando en la maceta, pues asi habia visto que la mujer hacía-. Esto se me morirá si no lo alimento añadió. Y púsose a arrojar ramitas de árbol y cortezas secas sobre aquella materia de un color rojo tan vivo.

A mitad de la colina se encontró con Bagheera, cuya piel, por el rocío matinal, parecía salpicada de piedras preciosas.

-Akela erró el golpe -dijo la pantera-. A no ser porque te necesitaban también a ti, lo hubieran matado anoche. Fueron en busca tuya a la colina.

-Yo andaba por las tierras de labor. Estoy listo. ¡Mira!

Y Mowgli le mostró aquella especie de maceta llena de fuego.

-¡Bueno! Falta aún otra cosa. Yo he visto a los hombres arrojar una rama seca sobre esto, y al poco rato se abría la Flor Roja al extremo de la rama. ¿No tienes miedo de hacer lo mismo?

-No. ¿Por qué he de tener miedo? Recuerdo ahora (si no es esto un sueño) que, antes de ser lobo me acosté junto a la Flor Roja, y la sentía caliente y agradable.

Todo aquel día lo pasó Mowgli en la caverna cuidando su maceta y echando dentro de ella ramas secas para ver el efecto que producian después. Halló una rama a su gusto. Al anochecer, cuando Tabaqui llegó a la cueva y le dijo muy rudamente que lo necesitaban en el Consejo de la Roca, se estuvo riendo hasta que Tabaqui echó a correr. Se dirigió entonces al Consejo, pero riendo aún.
Junto a la roca, como signo de que la jefatura de la manada se hallaba vacante, estaba echado Akela, el Lobo Solitario. Shere Khan, con su cohorte de lobos ahítos de sus sobras, paseaba de un lado a otro con aire resuelto y satisfecho. Bagheera estaba echada junto a Mowgli éste tenía, entre sus piernas, la maceta del fuego.
Cuando estuvieron todos reunidos. Shere Khan empezó a hablar, cosa que jamás hubiera osado hacer en los buenos tiempos de Akela.

-No tiene derecho a hablar -murmuró Bagheera-. Díselo. Es de casta de perro; verás cómo se atemoriza.

Mowgli se puso en pie.

-¡Pueblo Libre! -gritó--. ¿Dirige acaso la manada Shere Khan? ¿Qué tiene que ver un tigre con nuestra jefatura?

-Al ver que el puesto estaba vacante y como se me suplicó que hablara... -empezó a decir Shere Khan.

-¿Quién lo ha suplicado? ¿Es que nos hemos convertido todos en chacales para adular a este carnicero, matador de reses? La jefatura de la manada pertenece en exclusiva a miembros de la manada misma.

Dejáronse oír feroces aullidos que significaban:

-¡Silencio, cachorro de hombre!

-¡Que hable! Observó fielmente nuestra ley.

Al fin, los ancianos de la manada Gritaron con voz tonante:

-¡Dejad que hable el Lobo Muerto!

Cuando un jefe de la manada yerra el golpe en la caza y no mata a la pieza que perseguía, recibe el nombre de Lobo Muerto durante el resto de su vida, que ya no es muy larga, por regla general.

Akela levantó la cabeza con aire de fatiga, porque en ella había ya impreso su sello la vejez.

-¡Pueblo Libre, y vosotros también, chacales de Shere Khan! -dijo-. Os dirigí en la caza durante doce estaciones, y siempre os volví de ella sin que ninguno cayera en una trampa o quedara inutilizado. Ahora erré el golpe. Sabéis bien que me hicisteis atacar a un gamo que no había sido corrido previamente para que así resaltara más vivamente mi debilidad. ¡Hábiles fueron vuestros manejos! Os asiste el derecho de matarme aquí, ahora mismo, en el Consejo de la Roca. Por tanto, me limito a preguntar esto: ¿quién le quitará la vida al Lobo Solitario? Porque, según la ley de la selva, a mí me asiste también otro derecho: exigir que os acerquéis a mí uno a uno.
Se hizo entonces un prolongado silencio, porque no le parecía muy agradable a ningún lobo tener un duelo a muerte con Akela.

De pronto, Shere Khan rugió:

-¡Bah! ¿Qué nos importa lo que masculle ese viejo chocho y sin dientes? ¡Pronto morirá! Ese hombrecito es quien ya ha vivido demasiado... ¡Pueblo Libre! Fue mi presa desde el primer día: dádmelo. Ya me cansa ese loco empeño de querer hacer de él un hombre lobo. Durante diez estaciones no hizo sino molestar a todo el mundo en la selva. O me dáis a ese hombrecito, o de lo contrario os prometo que cazaré siempre aquí y no os daré ni un solo hueso. Él es un hombre, un chiquillo de los que tienen los hombres, y yo lo odio hasta los tuétanos.

Y entonces, más de la mitad de los lobos que formaban la manada, aulló:

-¡Un hombre! ¡Un hombre! ¿Qué tiene que ver con nosotros ningún hombre? ¡Que se vaya con los suyos!

-¿Y que alce contra vosotros a toda la gente de los pueblos? ¡No! Dádmelo a mí. Es un hombre, y ninguno de nosotros puede mirarlo fijamente en los ojos.

Levantó de nuevo Akela la cabeza y dijo:

-Ha comido de lo nuestro; durmió con nosotros hasta hoy; nos proporcionó caza; nada hizo que fuera contrario a la ley de la selva...

-Además, yo pagué por él un toro cuando se le aceptó. Vale poco un toro, pero el honor de Bagheera es algo por lo que acaso esté dispuesta a pelearse -dijo la pantera en un tono de voz que suavizó cuanto pudo.

-¡Un toro que fue pagado diez años atrás! -gruñeron entre dientes los lobos de la manada-. ¡Qué nos importan unos huesos roídos hace ya diez años!

-Decid mejor: ¿qué nos importa una promesa? -respondió Bagheera, enseñando sus blancos dientes por debajo del labio-. ¡Bien os queda el nombre de Pueblo Libre!

-No puede juntarse con el Pueblo de la selva un cachorro humano -rugió Shere Khan-. ¡Deberéis entregármelo!

-Por todo es hermano nuestro, excepto por la sangre -continuó Akela-. ¡Y quisiérais matarlo aquí! A la verdad, harto he vivido. Algunos de vosotros comen ganado; de otros oí decir que, bajo la dirección de Shere Khan, van de noche, amparados por las sombras, a robar niños a las mismas puertas de las aldeas. Deduzco de esto que sois cobardes y que hablo con cobardes. Ciertamente he de morir y mi vida carece ya de valor, mas, a tenerlo, la ofrecería en lugar de la del hombrecito. Pero prometo, por el honor de la manada (honor.. . una bagatela que habéis olvidado desde que no tenéis jefe), os prometo que, si permitís que ese hombre cachorro vuelva con los suyos, no he de enseñaros los dientes cuando me llegue la hora de morir; esperaré la muerte sin resistencia. De esta manera, se ahorrarán a lo menos tres vidas. No puedo hacer mas. Si aceptáis lo que os digo, os ahorraréis la vergüenza de matar a un hermano que no ha cometido ningún delito... un hermano cuya vida fue defendida y comprada cuando se le incorporó a nuestra manada, de acuerdo con la ley de la selva.

-¡Es un hombre.., un hombre. un hombre! -gruñeron los lobos, y la mayor parte de ellos se agruparon en torno de Shere Khan, que se azotaba los flancos con la cola.

-En tus manos queda ahora todo el asunto -dijo Bagheera a Mowgli-. No queda ya otra cosa para ti o para mí que luchar ambos contra todos.

Mowgli se puso en pie teniendo entre sus manos la maceta de fuego. Estiró los brazos y bostezó mirando a los del Consejo; pero se sentía loco de ira y de pena al ver que los lobos, actuando como lo que eran, le habían ocultado siempre el odio que sentían por él.

-¡Escúchenme! -gritó-. No existe ninguna necesidad de que estén aquí charlando como perros. Tantas veces me dijeron ya esta noche que soy un hombre -y, a la verdad, por mi gusto hubiera sido un lobo hasta el fin de mi vida-, que empiezo a comprender que están en lo cierto. Ya, en adelante, no les llamaré hermanos míos, sino sag (perros), como los llamaría un hombre. Ustedes no son quién para decir lo que harán o dejarán de hacer. Este asunto me corresponde a mí. Y para que puedan hacerse cargo más claramente de esto, yo, el hombre, traje aquí una pequeña porción de la Flor Roja que tanto les atemoriza, como perros que son.

Arrojó al suelo la maceta de fuego; algunas de las brasas prendieron en un montón de musgo seco, que ardió de inmediato, en tanto que retrocedía aterrorizado todo el Consejo al ver elevarse las llamas.

Luego, lanzó Mowgli sobre el fuego la rama que llevaba, y cuando se encendió chisporroteando, empezó a agitarla rápidamente por encima de los acobardados lobos.

-Ya no queda aquí más amo que tú -dijo Bagheera en voz baja-. Salva la vida a Akela; fue siempre tu amigo.

Akela, el serio y viejo lobo que jamás había pedido misericordia a nadie, dirigió a Mowgli una triste mirada, en tanto que éste se erguía completamente desnudo, la negra y larga cabellera caída sobre los hombros, iluminado por las llamas de la encendida rama que agitaba y hacía temblar a las sombras.

-¡Bueno! -prosiguió Mowgli mirando pausadamente en torno suyo-. Ya veo que no son sino unos perros. Los dejo, para irme con mi gente... si es que hay en el mundo semejante cosa. Desde hoy la selva será campo vedado para mí y debo olvidarme de su amistad. Pero me mostraré más generoso que ustedes, por la sola razón de que, excepto el ser hermano por la sangre, fui todo para ustedes, por esta sola razón les prometo que, cuando sea un hombre entre los hombres, no les haré traición, como ustedes me la hicieron a mi.

Golpeó el fuego con el pie y el aire se llenó de chispas.

-Ninguna guerra habrá entre nosotros -prosiguió-. Pero antes de dejarlos, he de saldar una deuda.

Y a grandes pasos se dirigió hacia donde se hallaba sentado Shere Khan sobre sus patas y parpadeando con aire confuso al mirar las llamas, lo cogió por el puñado de pelo que tenía bajo la barba. Bagheera lo siguió, en previsión de lo que pudiera suceder.

-¡De pie, perro! -gritó Mowgli-. ¡ Levántate cuando te habla un hombre, o si no, te abrasaré la piel!Shere Khan bajó las orejas hasta aplastarlas sobre su cabeza y entornó los ojos, porque veía muy cerca de él la rama ardiendo.

-Este cazador de reses dijo que me mataría en el Consejo, porque no pudo matarme cuando yo no era sino un cachorro. Así pagamos nosotros a los perros cuando llegamos a ser hombres. ¡Si mueves uno solo de tus bigotes, Lungri, te hundo la Flor Roja en el gaznate!

Golpeó a Shere Khan en la cabeza con la rama y gimoteó el tigre con voz plañidera, agonizante de terror.

-¡Bah! ¡Lárgate ahora, chamuscado gato de la selva! Pero deberás recordar lo que digo: cuando yo vuelva al Consejo de la Roca, como es debido que todo hombre vuelva, lo haré con mi cabeza cubierta con tu piel. Por lo demás, Akela queda en libertad de seguir viviendo, del modo que mejor le cuadre. Nadie lo matará, porque no es ésa mi voluntad. Ni creo, tampoco, que estarán aquí más tiempo con la lengua colgando, como si fueran más que perros que yo arrojo de este lugar.

Por tanto, ¡andando!

El extremo de la rama ardía furiosamente; Mowgli empezó a vapulear con ella, a un lado y a otro, a todos los que formaban el círculo. Echaron a correr los lobos aullando al sentir que las chispas les quemaban el pelo. Y, al cabo, no quedaron sino Akela, Bagheera, y unos diez lobos que se habían puesto del lado de Mowgli.
Y entonces sintió éste en su interior un dolor como jamás lo había experimentado, y, tomando aliento, sollozó, y las lágrimas le corrieron por las mejillas.

-¿Qué es esto?.. . ¿Qué es esto?... -exclamó-. No quiero abandonar la selva y no sé qué me ocurre. ¿Estoy muriéndome acaso, Bagheera?

-No, hermanito. Eso no son sino lágrimas, como las que derraman los hombres -le explicó Bagheera-. Ahora sí eres un hombre, y no sólo un cachorro humano, como antes. A la verdad, la selva se ha cerrado para ti desde hoy. Que corran, Mowgli; no son más que lágrimas.

Mowgli se sentó y lloró como si su corazón fuera a rompérsele en pedazos. Era la primera vez que lloraba.

-Ahora me iré con los hombres -dijo-; pero antes debo despedirme de mi madre.

Dicho esto, se dirigió a la cueva donde ella vivía junto con papá Lobo, y sobre su piel derramo nuevas lágrimas en tanto que los cuatro lobatos aullaban tristemente.

-¿No me olvidarán? -les preguntó Mowgli.

-Nunca, mientras podamos seguir una pista -respondieron los cachorros-. Cuando seas un hombre, llégate hasta el pie de la colina, para que hablemos contigo. iremos también nosotros, de noche, a las tierras de cultivo y jugaremos juntos.

-¡Vuelve pronto! -dijo papá Lobo-. ¡Vuelve pronto, pequeña rana sabia, porque tu madre y yo somos ya viejos!

-¡Vuelve pronto! -repitió mamá Loba-. ¡Vuelve pronto, desnudito hijo mío! Porque... oye esto que voy a decirte...: siempre te quise más a ti, aunque seas hijo de hombre que a mis cachorros.

-Volveré sin duda -respondió Mowgli-. Y cuando lo haga, será para extender sobre la Roca del Consejo la piel de Shere Khan. ¡No me olviden! ¡Digan a todos en la selva que ellos tampoco me olviden nunca!...

Y apuntaba el día cuando Mowgli bajó de la colina, completamente solo, para dirigirse en busca de esos seres misteriosos que se llaman hombres.
LA CAZA DE KAA
Narramos aquí lo que sucedió algún tiempo antes de que Mowgli fuera expulsado de la manada de lobos de Seeonee y tomara venganza de Shere Khan, el tigre.

Era el tiempo en que Baloo lo instruía acerca de la ley de la selva. Muy contento y ufano estaba el serio, viejo y enorme oso pardo con aquel discípulo tan listo, pues a los lobatos no les gusta aprender de la ley de la selva sino lo que se refiere a su propia manada y tribu, y se escapan en cuanto aprenden de memoria estas palabras de la Canción de Caza: "Pies que pisan sin el menor ruido; ojos que ven en plena oscuridad; orejas capaces de oír los diferentes vientos desde el cubil; blancos y afilados dientes: características son todas estas de nuestros hermanos, exceptuando a Tabaqui, el chacal, y a la hiena, que odiamos."

Pero Mowgli, como hombrecito que era, tuvo que aprender muchas cosas más. Bagheera, la pantera negra, se acercaba en algunas ocasiones, curioseando por la selva, para ver cómo andaba su niño mimado; apoyaba la cabeza contra un árbol y escuchaba, roncando sordamente, la lección que Mowgli recitaba a Baloo. Trepaba el muchacho a los árboles casi con la misma facilidad con que andaba; nadaba casi con la misma habilidad con que corría. Por esto Baloo, el maestro de la ley, le enseñó las leyes del bosque y del agua: cómo distinguir una rama carcomida de otra sana; cómo debería hablar cortésmente a las abejas silvestres cuando, a quince metros sobre el nivel del suelo, encontrara una de sus colmenas; qué debería decirle a Mang, el murciélago, cuando tuviera que molestarlo entre las ramas, durante el día; cómo tenía que avisar a las serpientes de agua que viven en las lagunas, antes de lanzarse a las aguas, entre aquellas...

A ningún habitante de la selva le gusta que lo molesten, por lo que todos están siempre dispuestos a arrojarse sobre los intrusos. Mowgli aprendió después de todo esto la "Consigna del cazador forastero" que debe repetirse una y otra vez en voz alta hasta que sea contestada por alguien, siempre que alguno de los habitantes de la selva cace fuera de sus propios terrenos. La consigna, ya traducida, significa: "Dadme permiso para cazar aquí, porque tengo hambre." Y la respuesta dice: "Puedes cazar para buscar comida, pero no para tu recreo."

Todo esto muestra las muchas cosas que hubo de aprender Mowgli de memoria; llegaba a cansarse de tanto repetir lo mismo más de cien veces. Pero, como le dijo un día Baloo a Bagheera, con motivo de que tuvo que pegarle al muchacho y éste se marchó enojado:

-Un cachorro humano es un cachorro humano, y tengo de deber de enseñarle toda la ley de la selva.

-Pero has de tener presente que es muy pequeño. -respondió la pantera negra, pues ella, sin duda, habría mimado excesivamente a Mowgli si la hubieran dejado que lo educara a su manera-. ¿Y cómo pueden caber tus largas pláticas en una cabeza tan pequeña?

-¿Existe acaso en la selva alguna cosa que por ser pequeña no pueda matarse? No. Ahora bien: por esa causa le enseño todo lo que le enseño, y por lo mismo le pego con mucha suavidad cuando se le olvida algo.

-¡Con suavidad! ¿Qué sabes tú de suavidades, viejo patas de hierro?-gruñó Bagheera-. Le llenaste hoy toda la cara de cardenales con tu... suavidad. ¡Vaya!...

-Valdrá más que esté lleno de cardenales de la cabeza a los pies, causados por mi, que lo quiero, que no que le ocurra alguna desgracia por ignorancia -respondió Baloo con suma gravedad-. Le enseño ahora las Palabras Mágicas de la Selva que habrán de protegerlo contra los pájaros, contra el Pueblo de las Serpientes y contra todo cuadrúpedo de caza, excepto contra su propia manada. A partir de este momento y con sólo recordar esas palabras, podrá pedir protección a todos los habitantes de la selva. ¿No vale la pena recibir algunos golpes por todo esto?

-Sí, pero cuídate de matar al hombrecito. Mira que no es un tronco de árbol en donde puedas afilar tus embotadas garras. Pero, dime, ¿cuáles son esas Palabras Mágicas, de que estás hablando? Aunque es más probable que tenga yo que prestarle ayuda a alguien, que pedirla.

-Al decir esto, Bagheera estiró una de sus patas y contempló, admirado, los acerados cinceles de sus garras-. No obstante -añadió- me gustaría saberlo.

-Voy a llamar a Mowgli y él te dirá las palabras. . . si es que se le antoja. ¡Ven, hermanito!

-Siento la cabeza como un árbol lleno de abejas que zumban -respondió por encima de los que hablaban una voz malhumorada, y Mowgli -pues era él-, indignado, se deslizó por el tronco de un árbol, y añadió al llegar al suelo:

-¡Si acudo a tu llamado es por Bagheera y no por ti, Baloo, viejo gordinflón!

-Me da lo mismo -respondió éste, aunque le tocó en lo vivo y le apenó la respuesta-. ¡Ea! Dile a Bagheera las Palabras Mágicas de la Selva que te enseñé hoy.

-¿Las Palabras Mágicas... para qué pueblo? -interrogó Mowgli, muy complacido por la ocasión que se le ofrecía de exhibir sus conocimientos-. En la selva hay muchos lenguajes. Yo los sé todos.

-Algo de ellos sabes, pero no mucho. ¿Oyes, Bagheera? Los discípulos nunca son agradecidos con quien les enseña. Jamás ha venido a darle las gracias a Baloo por sus enseñanzas un solo lobato. ¡Vaya! Di, pues, las palabras para el pueblo cazador... ¡gran sabio!

"Tú y yo somos de la misma sangre” -recitó Mowgli, y le dio a sus palabras el acento especial del oso que usan todos los que cazan allí.

-Bueno. Ahora las que sirven para los pájaros.

Las repitió Mowgli y terminó la frase con el silbido que singulariza al milano.

-Ahora las que son para el pueblo de las serpientes -dijo Bagheera.

La contestación fue un silbido indescriptible; después, Mowgli hizo celebración de su propia habilidad una pirueta salvaje, batió palmas en celebración de su propia habilidad y de un salto subió al lomo de Bagheera, se sentó de medio lado y taloneó sobre la reluciente piel, en tanto le hacía a Baloo las muecas mas horribles.

-¡Ea! ¡Ea! ¡Bien mereciste el cardenal! -dijo con ternura el oso pardo-. Algún día me lo agradecerás. Miró luego a Bagheera para decirle cómo había pedido a Hathi, el Elefante Salvaje, que sabe todas esas cosas, que le dijera las Palabras Mágicas, y cómo Hathi llevó a Mowgli a una laguna para obtener de una serpiente de agua la palabra que sirve para todas las serpientes, porque Baloo no podía pronunciarla; y en fin, cómo Mowgli podía ya considerarse a salvo de todas las contingencias que pudieran presentársele en la selva, porque no le causarían daño alguno ni las serpientes, ni los pájaros ni las fieras.

-Ya no hay motivo para temer a nadie -dedujo de lo expuesto Baloo, dándose suaves golpecitos con aire de orgullo, en el enorme y peludo Vientre.

"Excepto a los de su propia tribu" -dijo Bagheera para si.

Luego añadió, en voz alta, dirigiéndose a Mowgli: ¡un poco de cuidado con mis costillas, hermanito! ¿A qué viene tanto bailoteo?
Mowgli había estado intentando hacerse oír tirándole de la piel de las espaldillas a Bagheera y dándole fuertes talonazos.

Cuando los dos le prestaron atención, grito a voz en cuello:

-De manera que yo tendré una tribu toda mía y la dirigiré por entre las ramas durante todo el día.

-¿Qué clase de nueva locura es ésa? ¿Estás ya haciendo castillos en el aire? -dijo Bagbeera.

-Sí, y le tiraré ramas y porquería al viejo Baloo -prosiguió Mowgli-. Me lo han prometido... ¡Ah!

-¡Woof!..

La gruesa pata de Baloo arrojó a Mowgli del sitio en que descansaba sobre el lomo de Bagheera, hasta el suelo, y desde allí, donde quedó tendido frente a las patas delanteras de la pantera, pudo ver que el oso se había enfadado.

-¡Mowgli! -le dijo Baloo-. ¡Tú has hablado con los Bander-log (el pueblo de los monos)!

Mowgli miró a Bagheera para ver si también la pantera se había incomodado, y observó que los ojos de ésta tenían una expresión tan dura como si fueran dos piedras de jade.

-Tú has estado con el pueblo de los Monos.., con los monos grises. . . con el pueblo sin ley... con los que comen cuanto se les presenta. ¡Qué vergüenza!

-Cuando Baloo me golpeó en la cabeza, me marché -dijo Mowgli, que seguía aún tendido de espaldas; entonces los monos grises bajaron de los árboles y se acercaron a mí, compadeciéndome Sólo ellos me hicieron caso.

Al decir esto, su voz se alteró un poco.

-¡La piedad del pueblo de los monos!... -rezongó Baloo-. ¡La inmovilidad del torrente que desciende del monte! . . ¡El fresco de un sol de verano!. . . ¿Y qué sucedió después, hombrecito?

-Después... después... Me dieron nueces y cosas muy buenas para comer, y... me condujeron en brazos a la parte más alta de los árboles... diciéndome que yo era su hermano, que éramos de la misma sangre, aunque yo carecía de cola, y que llegaría a ser su jefe.

-No tienen jefe -dijo Bagheera-. Mienten. Siempre han mentido.

-Conmigo se mostraron muy afables y me suplicaron que regresara a visitarlos. ¿Por qué nunca me llevaron ustedes a donde está el pueblo de los monos? Caminan en dos pies como yo. No me pegan, no tienen las patas duras... Juegan todo el día. ¡Permítanme subir a donde están ellos! ¡Baloo, malo! ¡Déjame subir! Jugaremos de nuevo.

-Atiende, hombrecito -observó el oso, y su voz retumbó como trueno en noche calurosa-. Te instruí sobre la ley de la selva para que te sirva con todos los pueblos que existen en la selva. . . excepto el de los monos, que vive en los árboles. Los monos no tienen ley. Son los repudiados por todo el mundo. No tienen lenguaje propio, sino que echan mano de palabras robadas que oyen por casualidad cuando atisban y escuchan, y están al acecho en lo alto de los árboles. Su camino no es el de nosotros. No tienen jefes. Carecen de memoria. Alardean, charlan y pretenden ser un gran pueblo ocupado en asuntos importantísimos; pero si cae una nuez desde el árbol, revientan de risa y basta para que todo lo olviden. No nos tratamos con ellos nosotros los de la selva. No bebemos donde los monos beben; no vamos a donde los monos van; no cazamos donde ellos cazan; no morimos donde ellos mueren. ¿Acaso me oíste antes hablar de los Bandar-log?

-No -dijo Mowgli en voz muy baja, pues se había hecho silencio absoluto en el bosque cuando enmudeció Baloo.

-El pueblo de la selva los tiene desterrados tanto de su boca como de su pensamiento. Son numerosísimos, perversos, sórdidos, procaces, y desean llamar nuestra atención. si es que puede decirse de ellos que tengan algún deseo fijo. Pero nosotros no les hacemos el menor caso, ni siquiera cuando arrojan sobre nuestra cabeza nueces e inmundicias.

No había terminado de hablar, cuando cayó de las copas de los árboles una lluvia de nueces y ramas, en tanto que se escuchaban toses, aullidos y rumor de saltos entre el ramaje.

-Al pueblo de la selva le está prohibido todo trato con el pueblo de los monos -dijo Baloo-. Acuérdate.

-¡Prohibido! -repitió Bagheera-. Pero me parece que Baloo debió haberte prevenido antes contra ellos.

-¿Yo?... ¿Yo?... ¿Cómo podía adivinar que se le ocurriría jugar con gentuza de ese jaez? ¡El pueblo de los monos! ¡Qué asco!

Una nueva lluvia cayó sobre ellos, y ambos echaron a correr hacia otro lugar llevándose consigo a Mowgli.

Era muy cierto cuanto había dicho Baloo acerca de los monos. Éstos vivían en las copas de los árboles, y como las fieras rara vez miran hacia lo alto, casi no se ofrecía ocasión de que se cruzaran por el mismo camino. Pero siempre que veían un lobo enfermo, un tigre herido o un oso, se divertían en atormentarlo; arrojaban palos y nueces a cualquier fiera, sólo a guisa de diversión y por el gusto de hacerse notar. Entonces aullaban, chillaban luego canciones sin sentido, incitando al pueblo de la selva a subir a los árboles para pelear, o bien se enzarzaban en salvajes peleas entre ellos mismos por cualquier bagatela, y dejaban después sus muertos donde pudiera verlos el pueblo de la selva. Siempre estaban a punto de nombrar un jefe, de darse leyes y usos propios, pero al cabo nunca lo lograban porque de un día a otro se les borraba todo de la memoria, y de esta manera se contentaban con repetir constantemente estas palabras: "Lo que piensan ahora los Bandar-log, toda la selva lo pensará después", y esta idea los consolaba. Ninguna fiera podía llegar hasta las alturas donde moraban; pero también es cierto que ninguna se fijaba en ellos, y de ahí su alegría cuando vieron que Mowgli iba a buscarlos para tomar parte en sus juegos, y que esto irritaba grandemente a Baloo.

No se propusieron pasar de allí, porque los Bandar-log nunca se proponen nada; pero a uno de ellos se le ocurrió una idea que le pareció excelente; se la expuso a los demás, y los persuadió de que convenía a la tribu tener consigo a una persona tan útil como Mowgli, ya que éste sabía trenzar ramas de modo que protegieran contra el viento, y por esto, si se apoderaban de él, podrían obligarlo a que les enseñara ese arte. Por supuesto, Mowgli, como hijo de leñador, heredó de su padre toda suerte de instintivas habilidades y solía construir chozas con las ramas caídas, sin pensar siquiera en que sabía hacer tales cosas. Pero al observarlo el pueblo de los monos desde lo alto de los árboles, consideraba aquel simple juego como un portento. Lo que es en esta ocasión, decían entre ellos, tendrían realmente un jefe y serían el pueblo más sabio de toda la selva... tan sabio que sería la admiración y envidia de todos. En consecuencia, siguieron con el mayor sigilo a Baloo, Bagheera y Mowgli al través de la selva, hasta que llegó la hora de la siesta. Entonces Mowgli, que en realidad sentía vergüenza de sí mismo, se durmió entre la pantera y el oso, después de resolver que no tendría más tratos con el pueblo de los monos.

Tras esto, lo único que pudo recordar fue que sintió el contacto de unas manos en sus piernas y brazos -manos duras, fuertes y chiquitas-; luego, el choque de unas ramas en la cara, y después, estar mirando hacia abajo al través del movedizo ramaje, en tanto que Baloo despertaba a toda la selva con sus ásperos gritos y Bagheera saltaba tronco arriba del árbol, mostrando todos sus dientes. Chillaron los Bandar-log con aire de triunfo, y treparon, jugueteando, a las ramas más altas, donde Bagheera no se atrevió a seguirlos.
Entre tanto, gritaban:
-¡Se ha fijado en nosotros! ¡Bagheera se fijó en nosotros! ¡Nos admira todo el pueblo de la selva por nuestra habilidad y astucia!
Empezó entonces su huida, y una huida del pueblo de los monos al través del país arbóreo es una cosa realmente indescriptible. Tienen sus caminos amplios y sus atajos, sus subidas y bajadas, todo trazado a quince, veinte o treinta metros por encima del suelo, y viajan por allí inclusive de noche, si es necesario. Dos de los monos más fuertes cogieron a Mowgli por las axilas y se lo llevaron por entre las copas de los árboles, dando saltos de casi seis metros de altura. A haber marchado completamente libres, su velocidad hubiera sido mayor, pero el peso del muchacho los entorpecía y detenía un poco. Aun cuando se sintió mareado y medio enfermo, Mowgli no pudo menos de deleitarse con aquella loca carrera, por más que lo aterrorizaran los trozos de tierra que vislumbraba allá abajo; y aquel detenerse y partir de nuevo, al final de cada balanceo en el vacío, lo mantenían con el alma en un hilo. Conducíanlo sus acompañantes hacia lo más alto de la copa de un árbol, hasta que sentía que crujían y se doblaban con su peso las ramas más delgadas de la cima, y luego, con fuerte resoplido, se arrojaban al aire, avanzando y descendiendo a un mismo tiempo; para después elevarse de nuevo y quedar colgados, por las manos o por los pies, de las ramas inferiores del próximo árbol. Columbraba en ocasiones leguas y leguas de extensión en que todo no era sino quieta y verde selva, de igual manera que un hombre encaramado en un mástil abarca millas enteras de mar con la mirada, y entonces el ramaje le sacudía la cara y él y su guía llegaban casi al nivel del suelo. De esta manera, saltando, haciendo ruido, resoplando fuertemente y chillando, la tribu entera de los Bandar-log cruzó los caminos trazados en lo alto de los árboles llevando prisionero a Mowgli.
Hubo momentos en que temió éste que lo dejaran caer, lo que hizo que empezara a ponerse de mal humor; pero, demasiado sagaz para rebelarse abiertamente, se limitó a pensar qué haría. Lo primero que le vino a las mientes fue avisar a Baloo y a Bagheera, porque, dada la velocidad con que huían los monos, comprendía bien que sus amigos se quedarían muy rezagados. Era del todo inútil mirar hacia abajo, pues nada podía ver si no eran las puntas de las ramas a uno y otro lado. Dirigió, pues, sus ojos hacia arriba, y logró distinguir a lo lejos, en la inmensidad azul, a Rann, el milano, que se balanceaba describiendo curvas en el aire en tanto que vigilaba la selva y esperaba que los seres se murieran en ella. Y así, vio Rann que los monos se habían apoderado de algo que se llevaban, y abatió el vuelo unos centenares de metros para indagar si aquella presa era comestible. Al ver a Mowgli arrastrado hacia lo más alto de la copa de un árbol y al oírle gritar, se sorprendió mucho el milano y le contestó con un silbido: "Tú y yo somos de la misma sangre." La oleada del ramaje se cerró por encima del muchacho, pero Rann, con un balanceo, se dirigió al árbol más próximo en el preciso instante en que asomó de nuevo la cara morena de Mowgli.
-¡Sigue mi pista! -gritó éste-. ¡Avisa a Baloo, de la manada de Seeonee, y a Bagheera, del Consejo de la Peña!
-¿En nombre de quién, hermano? -preguntó Rann que nunca había visto a Mowgli, pero que desde luego había oído hablar de él.
-En nombre de Mowgli, la Rana. ¡El hombrecito me llaman! ¡Sigue mi pista!...
Las últimas palabras hubo de proferirlas cuando de nuevo lo balanceaban en el aire, pero Rann movió la cabeza, asintiendo, y se elevó hasta que su tamaño se tornó no mayor que un grano de polvo, y allí remontado observó con el telescopio de sus ojos el movimiento de las copas de los árboles al paso de la escolta de monos que conducían a Mowgli.
-No se alejarán mucho, no -profirió con risa ahogada-. Nunca llevan a término feliz lo que empiezan a hacer. Los Bandar-log pican siempre aquí y allá en cosas nuevas. Pero en esta ocasión, o yo estoy ciego, o picaron en algo que les dará quehacer, porque Baloo no es ningún polluelo que se caiga del nido, y yo sé que Bagheera es muy capaz de matar algo más que cabras.
Al decir esto, se meció en el aire, abiertas las alas y recogidas las patas bajo el cuerpo, y esperó.Entre tanto, Baloo y Bagheera se sentían locos de furor y de pena. Bagheera se subió a los árboles hasta donde nunca antes se atreviera a llegar; pero se quebraron bajo su peso las ramas delgadas y resbaló hasta el suelo, con las garras llenas de cortezas.
-¿Por qué no le avisaste al hombrecito? -le decía rugiendo al pobre Baloo, que sostenía un trote algo pesado con la esperanza de adeianterse a los monos-. ¿De qué sirvió que casi lo mataras a golpes si no lo previniste contra esto?
-¡De prisa! ¡De prisa! Todavía. . . podría ser que lo alcanzáramos -respondió Baloo jadeando.
-¡Al paso que vamos!... No alcanzarías ni a una vaca herida. Maestro de la ley. .. azota cachorros... con que tuvieras que moverte del modo como lo haces durante un cuarto de legua de distancia, sería suficiente para que reventaras. ¡Descansa y piensa! Traza un plan. No es este el momento de perseguirlo. Podrían dejarlo caer si lo seguimos muy de cerca.
¡Arrula!... ¡Woo!... Quizás lo hicieron ya, cansados de llevarlo. ¿Quién puede fiarse de los Bandar-log? iAcumula murciélagos muertos sobre mi cabeza! ¡Dame por toda comida huesos negros! ¡Méteme en una colmena de abejas silvestres para que me maten a picaduras y luego entiérrame al lado de una hiena, porque soy el más desdichado de cuantos osos existen! ¡Arulala!... ¡Wahooa!... ¡Oh! ¡Mowgli! ¡Mowgli! ¿Por qué no te previne contra el pueblo de los monos, en vez de romperte la cabeza? ¿Cómo saber si por los golpes que le di le saqué de la memoria la lección del día, y ahora se hallará solo en la selva sin la ayuda de las palabras mágicas?Y Baloo se cogió la cabeza con las patas y se arrastró gimoteando.
-Al menos hace un momento me dijo a mí todas las palabras correctamente -replicó Bagheera, impaciente-. Baloo -prosiguió- has perdido la memoria y el respeto propio. ¿Qué pensaría de mí la selva toda, si yo, la pantera negra, me hiciera una bola como Ikki, el puerco espín, y empezara a aullar?
-¿Qué me importa lo que la selva piense? A esta hora, quizás él ha muerto ya.
-Si no lo dejaron caer por juego, o si no lo mataron por pereza, no creo que debamos temer por el hombrecito. Es listo y está bien enseñado, y, sobre todo, cuenta con sus ojos que atemorizan a todo el pueblo de la selva. Pero -y este es un grave mal que hay que reconocer-, está en poder de los Bandar-log, que, por vivir en los árboles, no le tienen miedo a nuestra gente.
Al decir esto, Bagheera se lamió una de sus patas delanteras con aire preocupado.
-¡Tonto de mí! ¡Oh! ¡Cuán gordo y moreno, cuán tonto desenterrador de raíces soy! -exclamó Baloo desenroscándose de un brinco-. Es una gran verdad lo que dice Hathi, el elefante salvaje, cuando afirma que "cada quien tiene su miedo peculiar". Ahora bien: los Bandar-log temen a Kaa, la serpiente de la Peña. Sabe encaramarse tan bien como ellos; les roba sus hijos por la noche. Su solo nombre les hiela de espanto hasta las endiabladas colas. Vayamos a ver a Kaa.
-¿Y qué puede hacer? No es de nuestra tribu, puesto que no tiene patas... Además, la maldad está escrita en sus ojos. . . -dijo Bagheera.
-Es muy vieja y muy astuta. Ante todas las cosas, hay que pensar en que siempre está hambrienta -respondió Baloo esperanzado-. Prométele muchas cabras.
-No bien se come una, duerme un mes entero. Muy bien pudiera suceder que estuviese durmiendo ahora. Pero, ¿sí se le antojara preferir matar cabras por su propia cuenta? -Bagheera, que sabía muy pocas cosas de Kaa, se inclinaba naturalmente a desconfiar.
-En tal caso, vieja cazadora, tú y yo juntos la haríamos mostrarse razonable. -Al decir esto Baloo frotó su hombro, de un desteñido color moreno, contra la pantera, y ambos fueron en busca de Kaa, la serpiente pitón que vive en la Peña.
La hallaron tendida al sol en el tibio reborde de una roca, admirando, deleitada, su hermosa piel nueva, pues acababa de pasar diez días en el más completo retiro para mudarla, y ahora estaba a la verdad espléndida, con la enorme cabeza roma a lo largo del suelo, y tenía enroscado el cuerpo de nueve metros de largo en fantásticos nudos y curvas, y se relamía al pensar en la próxima comida.
-Está en ayunas -dijo Baloo con un gruñido de satisfacción en cuanto vio la hermosa piel moteada de amarillo y de color de tierra-. ¡Mucho cuidado, Bagheera! Siempre queda medio ciega después del cambio de piel y tiende a atacar con la mayor facilidad.
Kaa no era serpiente venenosa -y la verdad despreciaba por cobardes a las de tal clase-; su poder estribaba en la fuerza de su presión, y cuando había envuelto a alguien en sus enormes anillos, ya podía darse por terminada la lucha.
-¡Buena caza! -gritó Baloo sentándose sobre sus cuartos traseros.
Kaa era bastante sorda como todas las serpientes de su especie y no oyó bien al principio lo que le decían.Por lo que pudiera suceder, se enrolló en forma de espiral y mantuve baja la cabeza.
-¡Buena caza para todos! -respondió-. ¡Ah! ¿Eres tú Baloo? ¿Y qué haces por aquí? ¡Buena caza, Bagheera! Uno de nosotros necesita comer, cuando menos. ¿Saben si hay algo a la mano por allí? ¿Por ejemplo, algún gamo, aunque sea joven? Estoy vacía como un pozo seco.
-Vamos de caza -dijo Baloo negligentemente, porque esto lo sabía él bien- con Kaa no hay que apresurarse; es muy grande para andarse con prisas.
-Permítanme que vaya con ustedes -suplicó Kaa-. Nada significa para Bagheera y Baloo un zarpazo de más o de menos. En cambio, yo... yo tengo que esperar días y días en alguna senda del bosque, o emplear media noche para subirme a los árboles, y luego debo tener mucha suerte para tropezar con algún mono joven. ¡Pss naw! Las ramas de ahora no son ya como lo eran cuando yo era joven. Las más tiernas están podridas, y secas las mayores.
-Es probable que tu enorme peso signifique algo en este asunto -dijo Baloo.
-Pues sí; no me falta longitud... no me falta... -respondió Kaa con un dejo de orgullo-. Pero así y todo, la culpa no es mía sino del ramaje nuevo. Poco faltó, muy poco.., para que me cayera en mi última cacería, y, como no estaba agarrada al tronco del árbol con mi cola, el ruido que hice despertó a los Bandar-log, que empezaron a insultarme.
-"Lombriz de tierra, amarilla y sin patas" -murmuró entre dientes Bagheera como si tratara de recordar algo.
-¡Ssss! ¿Me llamaron eso alguna vez? -preguntó Kaa.
-Algo parecido nos gritaron a nosotros durante el último cuarto de luna pasado, pero no les hicimos ningún caso; Capaces son de decir cualquier cosa... Por ejemplo, que te has quedado sin dientes, y que no osas hacerle frente a algo que sea mayor que un cabrito, porque... (¡vaya!, que son desvergonzados esos Bandar-log) porque les tienes miedo a los cuernos -continuó diciendo suavemente Bagheera.
Ahora bien: raras veces da muestras de cólera una serpiente, sobre todo una serpiente pitón tan circunspecta como era Kaa. Pero Baloo y Bagheera pudieron ver en ese momento cómo los enormes músculos que Kaa tiene a cada lado del cuello se movían e hinchaban.
-Los Bandar-log huyeron de su acostumbrado terreno -dijo calmosamente-. Oí sus gritos en las copas de los árboles hoy, cuando salí a tomar el sol.
-Precisamente.. . precisamente nosotros vamos siguiendo su pista. -respondió Baloo. Pero las palabras se le atoraron en el gaznate porque, si la memoria no lo engañaba, aquélla era la primera vez que alguien, perteneciente al pueblo de la selva, confesaba su interés por algo que hicieran los monos.
-Sin duda debe ser muy importante lo que obliga a dos cazadores como ustedes, jefes y directores entre los suyos, a seguir los pasos de los Bandar-log -observó Kaa afablemente, pero llena de curiosidad.
-A decir verdad -empezó Baloo-, yo no soy sino el anciano maestro de la ley, a las veces bastante tonto, encargado de enseñársela a los lobatos de Seeonee, y Bagheera, aquí presente...
-Es Bagheera -dijo la pantera negra, cerrando las quijadas con un golpe seco, porque no estaba para modestias-. Esto es lo que nos ocurre, Kaa: esos ladrones de nueces y de hojas de palmera se robaron a nuestro hombrecito, de quien quizás has oído hablar.
-Algo le oí a Ikki (cuyas púas son motivo de presunción para él), acerca de una especie de hombre admitido en una manada de lobos. Pero no creí nada de eso. Ikki siempre anda con cuentos que oye mal y cuenta peor.
-Pero. en el caso presente dijo la verdad. El hombrecito es tal, como jamás hubo otro como él -dijo Baloo-. El mejor, el más inteligente, el más apuesto de todos... mi discípulo que hará célebre el nombre de Baloo en todas las selvas.., y, ¡bueno!, yo... o mejor dicho... nosotros, lo queremos de veras, Kaa.
-¡Ts! ¡Ts! -respondió ésta, y sacudió la cabeza-; también yo supe lo que es querer. ¡Podría narrarles cosas que...!
-Que exigirían una noche clara y un estómago lleno para apreciarlas debidamente -dijo Bagheera con prontitud-. Nuestro hombrecito está ahora en poder de los Bandar-log, y nos consta que a nadie temen ellos más que a Kaa, de todo el pueblo de la selva.
-A nadie más que a mí, y no les falta razón -respondió Kaa-. Charlatanes, locos y vanos... vanos, locos y charlatanes: así son los monos. Pero si entre ellos hay algo humano, corre peligro. Les cansa pronto la nuez que cogen, y la tiran. Son capaces de cargar una rama durante medio día, proponiéndose hacer grandes cosas con ella, y luego la parten en dos pedazos. No es digno de envidia, a la verdad, el hombrecito ése. Al insultarme, ¿no me llamaron también pez amarillo?... ¿Eh?
-Lombriz... lombriz.., lombriz de tierra -respondió Bagheera-; y otras cosas más que ahora no puedo repetir por vergüenza.
-Habrá que enseñarles a expresarse con más respeto de su maestro. ¡Aaa-sss! Deberemos refrescarles un tanto la memoria. Pero, díganme, ¿a dónde se llevaron al cachorro?
-Sólo la selva puede saberlo. Me parece que hacia el lado donde se oculta el sol. Creíamos que tú lo sabrías, Kaa.
-¿Yo? ¿Y cómo? Acostumbro apoderarme de ellos cuando se me ponen a la mano, pero no voy a cazar a los Bandar-log, ni a las ranas, ni a esa espuma verde que hay en las lagunas, y que, para el caso, da lo mismo.
-¡Eh! ¡eh! ¡eh! ¡Arriba! ¡Arriba! ¡Mira hacia arriba, Baloo, de la manada de lobos de Seeonee!...
Baloo miró hacia arriba para ver de dónde salía la voz que lo llamaba, y vio a Rann, el milano, que descendía, deslizándose por el espacio con las alas desplegadas en cuyos bordes, vueltos hacia arriba, brillaba el sol. Ya casi era la hora del sueño para Rann, pero hasta ese momento había estado buscando por toda la selva a Baloo, sin encontrarlo, por culpa del espeso follaje.
-¿Qué sucede? -interrogó Baloo.
-Vi a Mowgli entre los Bander-log. él mismo me encargó que te lo dijera. Estuve al acecho; lo llevaron al otro lado del río... a la ciudad de los monos. . a las moradas frías. Lo mismo optarán por quedarse allí una noche que diez, o que un rato. Encargué a los murciélagos que vigilaran durante las horas de oscuridad. Es cuanto tengo que decirte. ¡Buena suerte para todos!
-¡Buena suerte, que llenes el buche y duermas bien, Rann! -gritó Bagheera-. No te olvidaré en mi próxima caza: reservaré para ti la cabeza de lo que mate, porque eres el mejor de todos los milanos.
-Lo que hice no es nada.., no es nada. El muchacho recordó y dijo las palabras mágicas, y yo no pude menos que cumplir con mi deber -respondió Rann elevándose por el aire trazando círculos para dirigirse a su escondrijo.
-¡Vamos! Veo que no perdió la lengua -dijo Baloo con una sonrisa de satisfacción y orgullo-. ¡Y pensar que, siendo tan joven, recordó las palabras mágicas que sirven para los pájaros, en el mismo momento en que lo llevaban al través de los árboles!.
-¡Bien que se las metiste en la cabeza! -respondió Bagheera-. Pero estoy orgullosa de él. Ahora, vamos a las moradas frías.
Todo el pueblo de la selva sabe dónde está aquel lugar, pero ninguno de ellos va nunca allí, porque lo que llaman las moradas frías es una antigua ciudad abandonada, perdida y hundida en la selva, y en contadas ocasiones se ve que las fieras habiten un lugar donde antes habitaron los hombres. Hará esto el jabalí, pero no las tribus cazadoras. Por lo demás, aun los monos vivían allí tan poco como en cualquier otro sitio fijo, y ningún animal que se respete se acercará hasta la distancia que alcance la vista, excepto en las épocas de sequía, cuando conservaban un poco de agua las cisternas medio arruinadas y los estanques.
-Media noche nos tomará hacer la jornada.., yendo a toda velocidad -dijo Bagheera, y esto hizo que Baloo se pusiera muy serio.
-Iré tan rápidamente como pueda -respondió ansiosamente.
-No nos atrevemos a esperarte. Síguenos, Baloo; Kaa y yo no podemos ir a paso tardo.
-Con pies o sin pies, puedo correr tanto como tú con los cuatro que tienes dijo Kaa lacónicamente.
Baloo se esforzó en acelerar el paso, pero al cabo tuvo que sentarse echando los bofes. Y así, lo dejaron para que fuera más despacio, en tanto que Bagheera se adelantaba con el rápido galope propio de la pantera.
Kaa no dijo palabra, pero, por más que corriera Bagheera, la enorme serpiente pitón de la roca no se dejaba adelantar. Al llegar a una torrentera llena de agua, venció Bagheera, porque la atravesó de un salto, mientras Kaa tenía que nadar, con la cabeza y una pequeña parte del cuello fuera del agua. Mas, al llegar de nuevo a tierra, pronto la serpiente recuperó la distancia perdida.
-¡ Por la cerradura que me dio la libertad, afirmo que eres andadora! -exclamó Bagheera al disiparse la última luz del crepúsculo.
-Es que tengo hambre -respondió Kaa-. Además, me llamaron rana con manchas...
-Lombriz.., lombriz de tierra... y amarilla de añadidura.
-Lo mismo da. Sigamos adelante.
Y parecía como si Kaa se derramara por encima de la tierra, buscando con ojo certero el camino más corto y siguiéndolo estrictamente.
Allá en las moradas frías, los monos, en lo que menos podían pensar, era en los amigos de Mowgli.
Habiéndose llevado al muchacho a la ciudad perdida, quedaron con eso muy satisfechos por el momento. Jamás Mowgli, hasta entonces, había visto ninguna ciudad india, y aunque aquélla no fuera sino un montón de ruinas, le pareció espléndida y maravillosa. Tiempo atrás la había edificado un rey en la cumbre de una colina, y todavía podía adivinarse el trazo de las calzadas de piedra que conducían a las destrozadas puertas cuyas últimas astillas colgaban de los goznes, comidos del moho. Crecían árboles a uno y otro lado de las paredes. Las almenas yacían hechas pedazos, y a lo largo de los muros pendían de las ventanas las enredaderas silvestres en grandes y apretadas masas.
La colina estaba coronada por un gran palacio sin techo; el mármol de patios y fuentes estaba rajado y cubierto de manchas rojas y verdes; en los mismos pisos empedrados de los patios donde solían vivir los elefantes del rey, las piedras estaban separadas por la hierba y los árboles nuevos que crecían entre ellas. Desde el palacio podían verse numerosas hileras de casas sin techo que habían formado parte de la ciudad y que ahora eran como destapadas colmenas llenas tan sólo de negras sombras. Podía verse también la informe piedra que había sido un ídolo en la plaza donde desembocaban cuatro avenidas; y los hoyos y hoyuelos en las esquinas de las calles donde en otro tiempo existieron pozos públicos; y las rotas cúpulas de los templos con higueras silvestres que crecían a los lados.
Los monos llamaban a ese lugar su ciudad y despreciaban al pueblo de la selva porque vivía en el bosque. No obstante, nunca supieron para qué se habían levantado aquellos edificios ni cómo debían usarlos. Se sentaban formando círculos en la antecámara de la real sala del consejo, y se rascaban buscándose las pulgas y dándoselas de hombres.
O bien, entraban y salian corriendo de aquellas salas sin techo, recogían pedazos de yeso y ladrillos viejos, llevándolos a un rincón, para olvidarse al momento siguiente del lugar donde los habían escondido y empezar a pelearse y a gritar en vacilantes grupos, poniéndose luego, de pronto, a jugar, subiendo y bajando por las terrazas del jardín real, sacudiendo los rosales y los naranjos por diversión para ver caer las flores y los frutos. Ya habían explorado todos los pasadizos y caminos subterráneos que había en el palacio, y los centenares de oscuras pequeñas salas; pero nunca se acordaron de lo que vieron o dejaron de ver, y así se paseaban de uno en uno, por pares o por grupos, y se decían los unos a los otros que hacían lo mismo que hacen los hombres. Bebían en las cisternas, ensuciaban el agua, armaban peleas por esta causa y después, en montón, se lanzaban juntos gritando: "No hay nadie en la selva tan sabio, probo, inteligente, fuerte y discreto como los Bandar-log." Volvían entonces a las andadas, hasta que, al fin, se cansaban de estar en la ciudad y regresaban a las copas de los árboles abrigando la esperanza de que se fijara en ellos el pueblo de la selva.
A Mowgli no le gustó este género de vida, ni llegó a entenderlo, porque había sido educado según la ley de la selva. Tocaba a su fin la tarde cuando los monos se lo llevaron a las moradas frías, y, en vez de irse a dormir, como hubiera hecho Mowgli después del largo viaje, se cogieron de las manos y empezaron a bailar y a cantar las canciones más disparatadas. Uno de los monos les echó un discurso en el que afirmó que la captura de Mowgli marcaba un hito nuevo en la historia de los Bandar-log, porque les ensenaría a construir, con palos y cañas, un refugio contra la lluvia y el frío. Mowgli cogió algunas enredaderas y empezó a entretejerlas, y los monos trataron de imitarlo; pero al cabo de pocos minutos dejó de interesarles aquello y empezaron a estirarse la cola los unos a los otros, o a saltar, puestos a gatas y tosiendo.
-Quisiera comer -dijo Mowgii-. Soy forastero en esta parte de la selva. Denme comida, o permiso para cazar aquí.
Veinte o treinta monos saltaron rápidamente fuera del recinto para traerle nueces y papayas silvestres. Pero en el camino se enzarzaron en una pelea y les pareció luego demasiada molestia regresar con los restos de aquellos frutos.
Mowgli sentía el cuerpo dolorido, estaba tan malhumorado como hambriento; anduvo errante por la ciudad abandonada, lanzando de cuando en cuando el grito de caza de los forasteros; pero, al no contestarle nadie, se convenció de que a la verdad había ido a parar a un lugar pésimo.
-Cuanto dijo Baloo respecto de los Bandar-log no es más que la verdad -pensó-. No tienen ley, ni grito de caza, ni jefes... No más que loca palabrería y unas manos muy pequeñas y muy ladronas. Por tanto, si me matan de hambre o de cualquier otra manera, a nadie podré culpar más que a mí mismo. Pero he de hacer todo lo posible por volver a mi propia selva. Baloo me pegará, ciertamente, pero prefiero eso que ir estúpidamente a caza de las hojas de rosal en compañía de los Bandar-log.
No bien llegó a las murallas de la ciudad, lo hicieron retroceder los monos, diciéndole que no se daba cuenta de la felicidad que le había caído con estar allí, y le pellizcaban para enseñarle a ser agradecido. Apretó Mowgli los dientes y nada dijo, pero se dirigió, entre el alboroto producido por los monos, a una terraza ubicada sobre los depósitos de piedra roja destinados al agua y que entonces se hallaban llenos a medias. En el centro de la terraza había un cenador de mármol blanco construido para uso de reinas que habían muerto hacía cien años. Su techo, en forma de cúpula, se encontraba medio hundido, y, al caer, había obstruido el pasadizo subterráneo que comunicaba con el palacio, y que en otro tiempo estaba abierto para que por él pudieran pasar las reinas. Pero las paredes estaban hechas de una suerte de biombos de mármol recortado, y era una hermosísima labor calada, blanca como la leche, con incrustaciones de ágata, cornalina, jaspe y lapislázuli. Cuando la luna se asomé tras la colina, brilló al través de los calados, y proyecté sobre el suelo sombras parecidas a un bordado de terciopelo negro. Por más lastimado de los lomos, soñoliento y muerto de hambre que se sintiera Mowgli, no pudo menos de reír cuando veinte de los Bandar-log, hablando a la vez, empezaron a decirle lo grandes, inteligentes, fuertes y cuerdos que eran, y la locura que él había cometido al pretender escapar de ellos.
-Somos grandes, somos libres, somos admirables. El más admirable pueblo que hay en toda la Selva, somos nosotros. Todos decimos esto, de donde se sigue que tiene que ser verdad -gritaban-. Pero, ésta es la primera vez que puedes escucharnos, y seguramente tendrás ocasión de repetir nuestras palabras al pueblo de la selva para que en adelante se fije en nosotros; por tanto, diremos cuanto se refiere a nuestras valiosísimas personas.
Mowgli no objeté nada a esto. Los monos, varios centenares, se reunieron en la terraza para escuchar a sus propios oradores. estos entonaban alabanzas a los Bandar-log, y cuantas veces uno de los oradores callaba durante un instante para tomar aliento, los demás gritaban al unísono:
-¡Muy cierto! ésa es también nuestra opinión!
Mowgli afirmaba con la cabeza y parpadeaba, añadía un "sí" cuando le preguntaban algo y sentía que le daban vahídos, aturdido por el alboroto.
Tabaqui el chacal -pensaba- seguramente mordió a todos éstos, y por eso se volvieron locos. A la verdad esto es dewanee, la locura. ¿No dormirá nunca esta gente? Por allá veo una nube que cubrirá a la luna. ¡Ojalá la nube sea bastante grande! Así podría escaparme, amparándome en la oscuridad. Pero me siento fatigado.Al mismo tiempo que Mowgli, dos amigos de él miraban aquella misma nube desde los fosos, cegados a medias, que circundaban las murallas de la ciudad. Bagheera y Kaa sabían lo peligroso que era enfrentarse con el pueblo de los monos cuando éstos se reunian en crecido número, y no querían arriesgarse demasiado. Porque los monos nunca aceptan la lucha, como no sea en proporción de cien a uno y pocos son los habitantes de la selva que aceptan tan desiguales condiciones.
-Me dirigiré al lado oeste de la muralla -musitó Kaa en voz tan baja que pareció un susurro-; desde allí me lanzaré rápidamente, aprovechando el declive del terreno. A mí no se me echarán encima a centenares, pero...
-Yo sé lo que haré. ¡Si Baloo estuviera aquí!... Pero tendremos que limitarnos a lo que podamos. Cuando esa nube cubre la luna al pasar junto a ella, iré a la terraza. Están allí celebrando una suerte de consejo para hablar del muchacho.
-¡Buena caza! dijo Kaa con aire fiero y se deslizó suavemente hacia el lado occidental del muro.
Era éste, por casualidad, el que se encontraba mejor conservado; la enorme serpiente tardó un poco en encontrar un camino transitable por entre las piedras.
La nube cubrió la luz de la luna. Cuando Mowgli se preguntó qué iba a acontecer entonces ahí, oyó los ligerísimos pasos de Bagheera que estaba ya en la terraza. Había subido el declive casi sin ruido y empezó de inmediato a repartir golpes -ya que comprendió que morder sería perder el tiempo- a derecha y a izquierda entre la multitud de monos que, en torno de Mowgli, estaban sentados en círculos de cincuenta o sesenta de fondo.
Se escuchó un aullido general de miedo y de rabia, y entonces, al tropezar Bagheera con los cuerpos que rodaban por el suelo pateando debajo del suyo, uno de los monos chilló:
-¡Nada más es uno, uno solo! ¡Mátenlo! ¡Mátenlo!
Se arrojó contra Bagheera un desordenado montón de monos que mordían, arañaban, rasgaban y arrancaban cuanto les salía al paso, en tanto que cinco o seis se apoderaron de Mowgli, lo arrastraron a lo alto del cenador y lo metieron por un agujero de la rota cúpula y lo dejaron caer dentro de ella. Hubiera sufrido serio daño cualquier muchacho educado entre los hombres, pues la caída, cuando menos, fue de cuatro metros de altura; pero Mowgli cayó de pie, tal como Baloo lo había enseñado.
-Allí te quedas -le gritaron- hasta que matemos a tus amigos, y luego vendremos a jugar contigo... si te dejó con vida el pueblo Venenoso.
-¡Ustedes y yo somos de la misma sangre! -dijo Mowgli apresurándose a decir las palabras mágicas que sirven para las serpientes. Oía claramente roces y silbidos entre las piedras que lo rodeaban, y, para mejor asegurarse, tornó a gritar lo mismo.
-¡Esss verdad! ¡Ustedes! ¡Abajo las capuchas! -exclamaron media docena de voces muy suaves; cada sitio en ruinas se convierte en la India, tarde o temprano en morada de serpientes y el antiguo cenador era un hervidero de cobras-. Permanece quieto, hermanito, para que tus pies no nos lastimen.
Mowgli procuró mantenerse lo mas quieto posible; miraba al través de los calados de mármol y escuchaba el ruido de la rabiosa lucha que los monos libraban contra la pantera negra: eran aullidos, rechinar de dientes y golpes secos de la refriega; y asimismo se percibía el profundo y ronco resoplido de Bagheera mientras retrocedía, avanzaba, se revolvía o se hundía bajo las enormes masas de sus enemigos. Por primera vez en su vida, Bagheere luchaba únicamente por salvar su piopio pellejo.
Por aquí cerca debe andar Baloo porque Bagheera no se hubiera arriesoado a venir sola -pensó Mowgh.Y entonces gritó:
-A las cisternas. Bagheera, a las cisternas! ¡Vete a ellas y zambúllete dentro. ¡Al agua!
Al escuchar la voz de Mowgli, Bagheera supo que estaba el muchacho a salvo, y entonces sintió renacer sus fuerzas. Desesperadamente, metro a metro y repartiendo golpes en silencio, se abrió camino en direccion de las cisternas.
En ese momento, desde el muro en ruinas que estaba mas proximo a la selva, se elevó el rugiente grito de guerra de Baloo. El buen oso. hizo todo cuanto pudo; pero aun asi, no le fue posible llegar antes.
-¡Bagheera, aquí estoy! -gritó-. ¡Ahora subo! ¡Corro en tu ayuda! ¡Ahuworaaa! ¡Resbalan las piedras bajo mis plantas, pero espérame! ¡Ah, infames Bandar-log!
Llegó a la terraza casi sin aliento, e inmediatamente su cuerpo desapareció, hasta el cuello, bajo una verdadera oleada de monos; pero se plantó resueltamente en dos pies, abrió los brazos, cogió entre ellos el mayor número posible de enemigos y empezó a golpeados con un no interrumpido ¡paf! ¡paf! ¡paf! que parecía el chapoteo de una rueda de palas. El ruido de algo que cayó en el agua hizo saber a Mowgli que Bagheera había logrado abrirse paso hasta la cisterna, en la que ya no podían perseguirla los monos.
Hallábase echada la pantera, respirando anhelosamente por la boca con el agua hasta el cuello, en tanto que los monos la vigilaban desde los rojos escalones sentados en filas de tres en fondo; subían y bajaban rabiosamente, prestos a saltar sobre ella, desde todos los lados a la vez, si ella intentaba salir para ayudar a Baloo.
Fue entonces cuando Bagheera levantó la cabeza -el agua le chorreaba de la barba-, y, perdida ya toda esperanza, lanzó en busca de protección el grito que sirve para las serpientes: "Tú y yo somos de la misma sangre"; creyó que, en el último minuto, Kaa se había vuelto atrás. Inclusive Baloo, medio ahogado bajo la masa de monos que no lo dejaba avanzar en el borde de la terraza, no pudo reprimir la risa cuando oyó que la pantera negra pedía auxilio.
Pero en aquellos precisos momentos Kaa se acababa de abrir paso entre el muro situado hacia el oeste; el último esfuerzo que hizo para trasponerlo, hizo que se produjera un desprendimiento en las piedras de la albardilla, y una piedra rodó hasta el fondo del foso. No quiso desperdiciar ninguna de las ventajas que le proporcionaba aquel terreno; se enroscó y desenroscó varias veces para comprobar que su cuerpo tenía amplia capacidad para trabajar con lucimiento.
Hizo esto en tanto que se desarrollaba la lucha en que Baloo desempeñaba el principal papel; en tanto que en derredor de Bagheera, en la cisterna, aullaban los monos, y mientras Mang, el murciélago, volando de un lado a otro, llevaba la noticia de la gran batalla por toda la selva, de tal manera que inclusive Hathi, el elefante salvaje, empezó a dar bramidos, y a lo lejos, grupos dispersos de monos que se despertaron, fueron brincando entre los arboles, a prestar ayuda a sus compañeros de las moradas frías, al mismo tiempo que se ponían alerta todas las aves diurnas de algunas leguas a la redonda.
Entonces, rápidamente, Kaa atacó en línea recta, sintiendo el vivo deseo de matar. Todo el poder que tiene en la lucha una serpiente pitón, estriba en el empuje con que su cabeza embiste, apoyada por el fuerte y pesado cuerpo. Si se imagina el lector una lanza, un ariete o un martillo que pese media tonelada, y que pueda ser movido por una inteligencia, fría, calmosa, que resida en el mango o en el asta, tendrá una idea aproximada de lo que era Kaa en el terreno de la lucha. Una serpiente pitón, de no más de un metro, o un metro y medio de longitud, puede perfectamente derribar a un hombre si se lanza contra él de frente y le pega en mitad del pecho. Pues bien: hay que recordar que Kaa medía nueve metros de largo. Su primera embestida fue contra el centro de la tremenda masa que rodeaba a Baloo. Fue una arremetida a boca cerrada, silenciosa. No necesitó ir acompañada de la segunda. Los monos huyeron en desbandada, gritando:
-;Kaa! ¡Es Kaa! ¡Huyan! ¡Huyan!
Generaciones enteras de monos habían aprendido a hacer lo que era debido en presencia de Kaa, gracias a las narraciones que sobre ésta habían escuchado de sus mayores; sobre ésta, a quien llamaban ladrona nocturna, que podía deslizarse a lo largo de las ramas de los árboles con el mismo silencio con que crece el musgo, y llevarse consigo al mono más fuerte que jamás vivió en el mundo; sobre la vieja Kaa. que tenía suma pericia para tomar el aspecto de una rama muerta o de un tronco de árbol carcomido, de tal manera que hasta los más hábiles se engañaban, hasta que el tronco se apoderaba de ellos. Kaa, representaba para los monos lo más temible de la selva, porque ninguno de ellos sabía hasta dónde llegaba su poder; ninguno osaba mirarla cara a cara, y jamás nadie salió con vida de entre sus anillos.
Por todo esto, muertos de miedo, huyeron hacia los muros y los techos de las casas, y, al cabo, Baloo pudo respirar. Su piel era más gruesa que la de Bagheera, pero había sufrido gravemente en la lucha.
Por primera vez, abrió Kaa la boca y emitió un largo silbido, que era una de sus palabras; esto hizo que los monos que acudían presurosos desde lejos en defensa de sus hermanos de las moradas frías, detuviéranse instantáneamente en el lugar donde estaban, completamente acobardados, y su peso hacía doblar y crujir las ramas. Cesó la algazara de los que se encontraban sobre los muros y las casas vacías, y, en medio del silencio que reinó en la ciudad, Mowgli oyó a Bagheera sacudiéndose de encima el agua, al salir de la cisterna.
De nuevo estalló entonces la algarabía de antes. Los monos se encaramaron por los muros a mayor altura; asiéndose al cuello de los grandes ídolos de piedra, chillaron saltando por los almenados muros. Y mientras esto acontecía, Mowgli, bailoteando en el cenador, miraba por los calados del mármol y graznaba como un búho en son de burla para demostrar su alegría.
-Saca al hombrecito fuera de esa trampa, pues yo ya no puedo hacer nada más -dijo Bagheera casi sin aliento-. Cojámoslo y vámonos; podría ser que de nuevo nos atacaran.
-No se atreverán a moverse hasta que yo se los mande. ¡Quietos! ¡Asssi! -silbó Kaa, y una vez más la ciudad quedó en silencio.
Continuó Kaa, dirigiéndose a Bagheera:
-No pude venir antes, hermana; pero me pareció haberte oído llamar...
-Puede ser. . . puede ser que haya gritado en mitad de la lucha iespondió Bagheera-. Baloo, ¿te hicieron daño?
De tanto estirarrne, no estoy muy seguro de que no me hayan convertido en un centenar de pequeños oseznos -respondió gravemente Baloo, alargando una pata y luego la otra-. ¡Wow!. .. Tengo todo el cuerpo dolorido... Kaa, creo que a ti te debemos la vida Bagheera y yo...
-¡Qué más da! ¿Dónde está el hombrecito?
Aquí en la trampa! No puedo trepar para salir de ella -gritó Mowgli. Veía sobre su cabeza la curva de la rota cúpula.
-Sáquenlo de aquí. Baila y baila como Mao, el pavo real, y aplastará a nuestros pequeñuelos -dijeron desde dentro las cobras.
-¡Ja, ja, ja! -se rió Kaa-. Donde quiera tiene amigos este hombrecito. Échate un poco hacia atrás. Y ustedes, Pueblo Venenoso, escóndanse. Derribaré la pared.
Kaa examinó detenidamente para descubrir en los calados de mármol una grieta que indicara un punto débil; dio encima dos o tres golpecitos con la cabeza para calcular la distancia conveniente, y luego, levantando por completo del suelo el cuerpo, en una longitud de cerca de dos metros, dio con toda su fuerza media docena de terribles testaradas y su nariz fue la primera que pegó contra el mármol. El cenador cayó en pedazos envueltos en una nube de polvo y de escombros. Mowgli saltó por el boquete abierto y se arrojó entre Baloo y Bagheera y pasó un brazo en torno del cuello de cada uno.
-¿Te hicieron daño? -preguntó Baloo, abrazándolo tiernamente.
-Me duele todo el cuerpo, tengo hambre y estoy lleno de cardenales. Pero... ¡oh! ¡Cómo los pusieron a ustedes! . . . ¡Están cubiertos de sangre!
-Otros también lo están -respondió Bagheera relamiéndose y mirando el gran número de monos muertos que había en la terraza, en derredor de la cisterna.
-¡Eso no es nada... no es nada! -gimoteó Baloo-. ¡Lo importante es que tú te hayas salvado, ranita mía, orgullo mío!
-Ya hablaremos de eso más tarde -dijo Bagheera, tan secamente que Mowgli se sintió desazonado-. Pero aquí está Kaa, a la cual debemos nosotros haber ganado la batalla, y tú, la vida. Dale las gracias, segun es nuestra costumbre, Mowgli.
Se volvió éste, y vio, a muy poca distancia de su cabeza, a la gran serpiente pitón, que balanceaba la suya.
-De modo que éste es el hombrecito -observó Kaa-. Su piel es muy fina, y ciertamente tiene parecido con los Bandar-log. Cuídate, hombrecito, de que no me equivoque y te tome por un mono, algún día, cuando haya acabado de cambiar de piel.
-Tú y yo somos de la misma sangre -respondió Mowgli-. Me salvaste la vida esta noche. Será para ti, Kaa, lo que yo mate en la caza, siempre que sientas hambre.
-Mil gracias, herrnanito -dijo Kaa, cuyos ojos brillaron maliciosamente-. ¿Qué puede matar tan fiero cazador? Pido permiso desde ahora para seguirle cuando vaya de caceria.
-Nada mato. .. Soy demasiado pequeño para ello. Con todo, acorralo a las cabras y las hago ir al sitio en que están los que pueden apoderarse de ellas. Cuando tengas el vientre vacío, ven conmigo y verás si te engaño. Soy un tanto diestro en el manejo de éstas -añadió mostrando sus manos-; si algún día llegas a caer en una trampa, podría pagarte entonces la deuda que he contraído contigo, con Baghera y con Baloo, aquí presentes. ¡Buena suerte para todos, maestros míos!

-¡Bien dicho! -gruñó Baloo, pues vio la habilidad con que había dado Mowgli las gracias.
Kaa dejó caer suavemente por un momento su cabeza sobre el hombro del muchacho y le dijo:
-Es tan grande tu corazón, como cortés tu lengua. Ambos te llevarán muy lejos en la Selva, hombrecito. Ahora, márchate pronto de aquí con tus amigos. Márchate y ve a dormir; la luna va a dejamos y no es conveniente que veas lo que sucederá.
Desaparecía la luna tras las colinas, y diríase que las filas de monos, temblando de miedo, agrupados sobre los muros y las almenas, parecían la rota y movible orla de aquel escenario. Baloo se dirigió a la cisterna para beber, Bagheera se alisaba la piel y Kaa se deslizó hasta el centro de la terraza, cerrando la boca con un sonoro crujido que atrajo las miradas de todos los monos.
-La luna se oculta -dijo-. ¿Hay suficiente luz todavía para que puedan verme?
De los muros se desprendió una especie de gemido semejante al que produce el Viento en las copas de los árboles.
-Todavía podemos verte, Kaa -se oyó.
-Está bien. Empieza ahora la danza.., la Danza del Hambre de Kaa. Esténse quietos y miren.
Se enroscó entonces dos o tres veces en forma de un gran círculo y balanceó la cabeza de derecha a izquierda. Luego empezó a formar con su cuerpo óvalos y ochos, triángulos viscosos de vértices romos que se disolvían en cuadrados y pentágonos y torres hechas de anillos. No descansaba un momento, no se apresuraba nunca, no cesaba el zumbido de su canción especial. Oscurecía cada vez más, hasta que dejaron de verse al fin las cambiantes ondulaciones de la serpiente; con todo, podía aún oírse el rumor que producían sus escamas.
Como si fuesen de piedra, se quedaron parados Baloo y Bagheera, lanzaban sordos aullidos guturales y erizaban los pelos del cuello. Mowgli miraba todo aquello sorprendido.
-Bandar-log -dijo al fin Kaa-: ¿Pueden mover los pies o las manos sin que yo se lo ordene? ¡Hablen!
-No podemos hacer eso sin orden tuya, Kaa.
-¡Así está bien! Den un paso al frente. Acérquense.
Sin poder resistir, las filas de monos se inclinaron hacia adelante; al mismo tiempo que ellas, dieron también un paso, inconscientemente, Bagheera y Baloo.
-¡Más cerca! -silbó Kaa, y los monos se movieron de nuevo.
Mowgli puso sus manos sobre Baloo y Bagheera para llevárselos de allí, y las dos enormes fieras echaron a andar como si despertaran de un sueño.
-No quites tu mano de mi hombro -bisbisó Bagheera-. No la quites, o no podré menos de retroceder. . . tendré que ir a donde está Kaa. ¡Aah!
-¡Pero si no hace otra cosa que trazar círculos en el suelo! -dijo Mowgli-. Vámonos.
Y los tres escaparon por un boquete abierto en las murallas y se dirigieron a la Selva.
-IWoof! -gruñó Baloo al encontrarse de nuevo bajo los árboles-. Nunca más buscaré a Kaa para aliada. -Y sacudió el cuerpo.
-Sabe más que nosotros -dijo Bagheera temblando-. Si me quedo allí un rato más, hubiera ido a parar derecho a su garganta.
-Antes de que salga de nuevo la luna, muchos serán los que vayan a parar a ella -afirmó Baloo-.. ¡Buena caza tendrá.., a su modo!
-Pero, ¿cuál era el significado de todo aquello? -preguntó Mowgli, porque ignoraba el poder de fascinación de Kaa-. No vi sino a una enorme serpiente que trazaba círculos del modo más idiota, hasta que quedamos en la oscuridad. Y tenía la nariz muy hinchada. ¡Jo, jo, jo!
-Mowgli -le dijo Bagheera de muy mal humor-: si su nariz estaba hinchada, fue por tu culpa; por tu culpa también están mis orejas, mis flancos, mis patas y el cuello y pecho de Baloo llenos de mordiscos. En muchos días, no podrán cazar a gusto ni Bagheera ni Baloo.
-No importa -respondió Baloo-; recobramos al hombrecito.
-Es verdad, pero nos costó nuestro tiempo, el cual hubiéramos podido emplear mucho mejor en una buena cacería. También nos costó nuestras heridas, nuestro pelo (tengo raída a medias la espalda), y nuestra honra, finalmente. Porque, recuerda, Mowgli, que yo, la pantera negra, hube de llamar en auxilio mío a Kaa, y Baloo y yo quedamos aturdidos come pajarillos al ver la Danza del Hambre. Todo esto, por haber ido tú a jugar con los Bandar-log.
-Es verdad, es verdad -respondió con tristeza Mowgli-. Soy un hombrecito muy malo, y aquí, en mi pecho, siento la tristeza de haberlo sido.
-¡Je! ¿Cómo dice la ley de la selva, Baloo?
Éste no deseaba acumular más desdichas sobre Mowgli, pero tampoco podía hacer burla de la ley, de manera que murmuró:
-No libra del castigo el arrepentimiento. Pero recuerda, Bagheera que todavía es muy chico -añadió.
-Lo recuerdo, pero, puesto que cometió una falta, hay que pegarle. ¿Tienes algo que decir, Mowgli?
-Nada. Hice mal. Baloo y tú están heridos. Es justo.
Entonces Bagheera le dio media docena de golpes; juzgándolos con criterio de pantera, fueron leves y cariñosos y apenas hubieran despabilado a uno de sus cachorros. Pero para un niño de siete años, fue una paliza en verdad fenomenal, y ciertamente el lector no hubiera querido recibirla. Cuando terminó el castigo, Mowgli estornudó y se enderezó de nuevo, sin decir palabra.
-Ahora dijo Bagheera-, siéntate en mi lomo, hermanito, y volvamos a casa.
Cosa muy hermosa en la ley de la selva y que puede notarse fácilmente es que el castigo salda en definitiva las cuentas pendientes, y ya no se habla más del asunto.
Se tendió Mowgli en el lomo de Bagheera, apoyó en él la cabeza y tan profundamente se durmió, que ni siquiera despertó cuando lo pusieron junto a mamá Loba, en la caverna donde tenía su hogar.
DE CÓMO VINO EL MIEDO
Previstos están, por la ley de la selva (la más antigua del mundo) la máxima parte de los acontecirnientos con que su pueblo pudiera enfrentarse, por lo que, hoy por hoy, es un código casi tan perfecto como el tiempo y la costumbre pudieron llegar a constituirlo. Si el lector pasó sus ojos por las narraciones transcritas relativas a Mowgli, recordará sin duda que el muchacho pasó la mayor parte de su vida con la manada de lobos de Seeonee, y que aprendió la ley con Baloo, el oso pardo. Fue el propio Baloo quien le explicó, cuando el muchacho daba muestras de impaciencia por tantas órdenes que recibía constantemente, que la ley era como una enredadera gigante, ya que alcanza a todas las espaldas sin quedar exenta ninguna de sentir su peso.
-Una vez que hayas vivido los años que yo he vivido, hermanito, te darás cuenta de que la selva obedece, a lo menos, a una ley -dijo Baloo-. Esto no te parecerá muy agradable -añadió.
Mowgli no paró mientes en esta conversación, porque cuando un muchacho pasa la vida comiendo y durmiendo, no le importan un ardite las demás cosas, sino hasta que suena la hora de enfrentarse con ellas. Pero hubo un año en que las palabras de Baloo resultaron certísimas y exactas; entonces Mowgli fue testigo de que toda la Selva estaba bajo el imperio de la ley.
Esto empezó cuando escasearon de manera alarmante las lluvias de invierno, y cuano Ikki, el puerco espín, al topar con Mowgli entre unos bambúes, le explicó que se estaban secando las patatas silvestres. Pero, bueno: todo el mundo ya está enterado de lo ridículamente escrupuloso que es Ikki acerca de escoger su alimento, y de que sólo elige las cosas mejores y más en sazón. Por tanto, Mowgli se rió y le dijo:
-¿Qué tiene eso que ver conmigo?
-No mucho, al presente -respondió Ikki, e hizo sonar sus púas muy tenso y violento-. Pero ya veremos mas tarde. ¿Sigues todavía bañándote en la laguna que hay en la roca, allá en la Peña de las Abejas, hermanito?
-No. El agua es tan tonta que se va evaporando, y no quiero romperme la cabeza -dijo Mowgli, que en aquellos tiempos sentíase tan sabio como cinco juntos de los que formaban el pueblo de la selva.
-Tú te lo pierdes. Si te la rompieras un poco, acaso por la rotura te entraría algo de juicio.
Ikki echó a correr agachando la cabeza para que Mowgli no le tirara de las cerdas del hocico; el muchacho le contó después a Baloo lo que aquél había dicho.
El oso, en tono grave, murmuró entre dientes:
-Si estuviera solo, cambiaría de cazadero, antes que los demás empezaran a preocuparse. Pero ya sabemos que siempre acaba en lucha cazar en país extraño, y podría suceder que le causaran daño al hombre cachorro. Esperaremos y veremos cómo florece el mohwa.
Pero aquella primavera no floreció el árbol de mohwa al que tanto cariño tenía Baloo. Por culpa del calor murieron antes de nacer los verdosos, lechosos capullos, parecidos a la cera; sólo cayeron algunos malolientes pétalos cuando él sacudió el árbol, puesto en dos patas contra el tronco. Luego, centímetro a centímetro, fue penetrando el incesante calor en el corazón de la selva, e hizo que todo se revistiera de color amarillo, primero; después, de color de tierra, y al fin, de color negro. Los matorrales y las malezas que bordeaban los barrancos se secó poco a poco hasta convertirse en algo parecido a alambres rotos, y en enroscadas fibras de materia muerta; gradualmente perdieron el agua las escondidas lagunas y sólo el barro quedó en ellas, el cual conservó la más tenue huella en los bordes como si hubiera sido vaciado en un molde de hierro; las jugosas enredaderas que colgaban de las árboles, cayeron y murieron al pie de ellos; sccáronse los bambúes y produjeron un ruido agudo cuando soplaba el viento cálido; empezó a morirse el musgo y dejaba peladas las rocas, hasta en el corazón de la selva, de tal manera que quedaron desnudas y ardientes como piedras azules que brillaban en los cauces.
Los pájaros y los monos emigraron desde el comienzo del año hacia el norte, porque sabían lo que se vendría encima; el ciervo y el jabalí se internaron en los devastados campos de los aldeanos y murieron ellos también, a las veces, a la vista de los hombres que estaban demasiado débiles para matarlos. Pero no emigró Chil, el milano, y tuvo oportunidad de engordar, ya que abundó la carroña, y cada tarde les llevaba la noticia a las fieras, cuya postración les impedía ir a la búsqueda de nuevos cazaderos, de que el sol mataba poco a poco a toda la selva en una extensión de tres días de vuelo, desde ese punto, en todas direcciones.
Nunca había sabido Mowgli en verdad lo que era el hambre, pero ahora tuvo que contentarse con miel vieja, de tres años, que raspaba de colmenas abandonadas hechas en la roca...; era una miel negra como la endrina espolvoreada con azúcar seco. Cazó también gusanillos de los que taladran la corteza de los árboles, y en no pocas ocasiones robó a las avispas las crías que sus avisperos. Toda la caza que quedaba en la selva no era más que piel y huesos; Bagheera mataba tres veces en una sola noche y ni así obtenía lo que necesitaba para calmar su apetito. Pero la peor calamidad era la falta de agua, ya que, aunque raras veces beba el pueblo de la selva, ha de beber en gran cantidad, cuando lo hace.
Siguió adelante el calor y secó toda humedad, y al fin el cauce del río Waingunga fue el único lugar donde corría aún un hilillo de agua entre las muertas riberas.
Y cuando Hathi, el elefante salvaje, cuya vida puede alcanzar cien años o más, vio que en el centro mismo de la corriente asomaba un largo, descarnado y azul banco de piedra completamente seco, comprendió que lo que tenía ante su vista era la Peña de la Paz, y entonces, de cuando en cuando, levantó la trampa y proclamó la Tregua del Agua, como la había proclamado su padre antes que él, cincuenta años atrás. Le hicieron coro, con ronca voz, el ciervo, el jabalí y el búfalo; Chil, el milano, voló en todas direcciones describiendo círculos, chillando y silbando para extender la noticia.
De acuerdo con la ley de la selva, desde el momento en que ha sido proclamada la Tregua del Agua, es castigado con la pena de muerte el que mata en los sitios destinados a beber. Beber es antes que comer: ésta es la razón. Cuando lo único que escasea es la caza, cualquiera puede irla pasando mal que bien en la selva. Pero el agua es el agua, y toda caza queda en suspenso mientras el pueblo de la selva tenga que ir por necesidad al único manantial que quede. Durante las estaciones buenas, cuando el agua abundaba, quienes querían beber en el río Waingunga (o en cualquier otro sitio, que para el caso es lo mismo) lo hacían a riesgo de su vida, y dicho riesgo contribuía, en gran parte, al atractivo de las excursiones nocturnas. Moverse con tal destreza que ni una hoja se moviera al paso; atravesar el vado, con el agua hasta la rodilla, en sitios en que es baja el agua, cuyo ruido apaga todo rumor; mirar hacia atrás, por encima del hombro, mientras se bebe, con cada músculo tenso para dar el primer salto desesperado de loco terror; revolcarse en la arena de la orilla y regresar luego, húmedo el hocico y bien repleto el vientre, a la manada que admira al atrevido... todo esto era algo delicioso para el gamo joven dotado de buenos cuernos, precisamente porque sabían que, cuando nadie lo pensara, acaso Bagheera o Shere Khan se lanzarían sobre ellos y les quitarían la vida. Mas ahora había terminado todo aquel juego que podía ser mortal: acercábase hambriento y triste todo el pueblo de la selva al río cuyo cauce parecía haberse estrechado; el tigre, el oso, el ciervo, el jabalí, el búfalo, todos juntos, bebían en sucias aguas y allí permanectan, sin fuerzas para moverse.
Durante todo el día el ciervo y el jabalí se habían movido de un lado a otro buscando algo mejor que cortezas secas y hojas muertas. Los búfalos no habían encontrado lodazales en qué refrescarse ni verdes sembrados en donde pudieran saciar su hambre. Las serpientes abandonaron la selva y bajaron al río con la esperanza de encontrar allí alguna rana perdida. Permanecían quietas, enroscadas en alguna piedra húmeda, y ni siquiera se enfrentaban con el jabalí cuando éste con el hocico las sacaba de su lugar. Tiempo hacía que las tortugas de río habían sido exterminadas por la habilísima cazadora Bagheera; los peces del río se habían enterrado ellos mismos profundamente en el seco barro. Sólo la Peña de la Paz sobrenadaba del agua poco profunda, como una larga sierpe, y las pequeñas y fatigadas ondulaciones de la corriente silbaban al pegar contra sus calientes costados y evaporarse.
Cada noche se dirigía a ese lugar en busca de fresco y compañía. Apenas hubiera hecho caso entonces del muchacho el más hambriento de todos sus enemigos. Su piel desnuda hacíalo parecer aún más enjuto y miserable que cualquiera de sus compañeros. El sol le había descolorido el cabello hasta hacerlo que pareciera estopa; sobresalían sus costillas como si fuesen los mimbres de un cesto, y los bultos que le crecieron en las rodillas y codos por arrastrarlos por el suelo al caminar a gatas, le daban a sus reducidos miembros el aspecto de manojos de hierba trenzados. Pero bajo aquella melena enredada y entretejida, se veían unos ojos fríos, tranquilos, pues Bagheera -su consejera en aquellos tristes días-, le aconsejó que se moviera calmosamente, que cazara despacio, y que nunca, por ningún motivo, se enojara.
-Estos tiempos son malos, pero ya pasarán, si no nos morimos antes -dijo la pantera una noche en que el calor era semejante al de un horno-. ¿Te has llenado el estómago, hombrecito?
-Algo metí en él, pero no me vale. ¿No crees, Bagheera, que las lluvias se olvidaron de nosotros y que no volverán ya más?
-¡De ningún modo! Todavía veremos florecer el mohwa y a los cervatos engordar con la hierba fresca. Vamos a la Roca de la Paz a saber noticias. Sube a mi lomo, hermanito.
-No es tiempo ahora de cargar pesos. Todavía puedo tenerme en pie sin que me ayuden. Pero es verdad que ni tú ni yo nos parecemos, por lo gordos, a los bueyes bien cebados.
Se miró Bagheera los lados, que eran como harapos cubiertos de polvo, y murmuró:
-Maté anoche un buey que estaba uncido al yugo. Me quedaban tan pocas fuerzas, que creo que no me hubiera atrevido a saltarle encima, si hubiera visto que estaba en libertad. ¡Wou!
Se rió Mowgli y dijo:
-Sí; muy buen par de cazadores formamos ahora tú y yo. Yo soy muy audaz para comer gusanillos.
Ambos se alejaron por la crujiente maleza, se dirigieron a la orilla del río junto a la labor de encaje que formaban los montones de arena que habían salido de él por todos lados.
-El agua no puede ya durar mucho -observó Baloo uniéndose a ellos-. Miren acá: al otro lado se ven filas de huellas que se parecen a los caminos que trazan los hombres.
En el llano que se extendía en la orilla opuesta, la hierba, erguida, se había muerto y parecía momificada. Las holladas pistas del ciervo y del jabalí, todas en dirección al río, rayaban la desteñida llanura con polvorientas ramblas abiertas en la hierba de tres metros de altura; a pesar de ser todavía temprano; cada larga avenida se veía ya llena de los que se daban prisa en ser los primeros en llegar al agua. Percibíanse las toses de los gamos y de los cervatos, a consecuencia del polvo, como si éste fuera rapé.
En la curva que formaba el agua perezosa alrededor de la Peña de la Paz, río arriba, estaba Hathi, el elefante salvaje, convertido en Guardián de la Tregua del Agua; acornpañábanlo sus hijos, demacrados, de color gris, balanceando el cuerpo a la luz de la luna... siempre balanceándolo. Un poco más abajo, mirábase la vanguardia de los ciervos; más abajo aún, los jabalíes y los búfalos salvajes; en la orilla opuesta, donde los árboles llegaban hasta tocar el agua, estaba el lugar aparte destinado a los carnívoros: el tigre, los lobos, la pantera, el oso, y los demás.

-En verdad que el peso de una sola ley nos gobierna ahora -dijo Bagheera al vadear la corriente y mirando las filas de cuernos que chocaban unos contra otros y los inquietos ojos que se miraban en el lugar donde se empujaban los ciervos y los jabalíes-. ¡Buena suerte a todos los de mi sangre! -añadió, y se tendió cuan larga era, con uno de sus costados fuera del agua. Y luego dijo entre dientes:
-¡Buena suerte sería la del que pudiera cazar aquí, a no ser por eso que se llama la ley!
Estas últimas palabras no pasaron inadvertidas al oído finísimo de los ciervos, y un rumor de azoramiento corrió a lo largo de sus filas.
-iLa Tregua! ¡Acuérdate de la Tregua! -exclamaron.
-¡Que haya orden! ¡Que haya orden! -dijo con voz gutural Hathi, el elefante-. Permanece la Tregua, Bagheera. No es hora de hablar de caza.
-¡Si lo sabré yo! -respondió Bagheera, mirando río arriba-. No devoro más que tortugas.., no soy sino una pescadora de ranas. ¡Naayah! ¡Quién se alimentara únicamente de ranas!
-También nosotros quisiéramos que así lo hicieras; eso nos gustaría mucho -replicó, balando, un cervato nacido aquella misma primavera, y al cual Bagheera no le hacía gracia alguna. Por muy decaído que estuviera el pueblo de la selva, nadie, incluyendo al mismo Hathi, pudo menos de reírse disimuladamente, en tanto que Mowgli, echado de codos sobre el agua caliente, soltó la carcajada y golpeó la espuma con los pies.
-¡Bien dicho, cornamenta en capullo! -bisbisó Bagheera-. Se te tendrá esto en cuenta cuando haya terminadó la Tregua.
Y sus ojos se clavaron en el cervato, a través de las sombras, para tener la seguridad de reconocerlo en mejor ocasión.
La conversación se generalizó poco a poco dondequiera en los sitios destinados a beber. Oíase al quisquilloso jabalí pedir con sordos ronquidos que le cedieran mayor espacio; a los búfalos gruñendo entre ellos al andar al sesgo por los bancos de arena; a los ciervos narrando lastimeros cuentos de sus largas y fatigosas caminatas en busca de comida. De cuando en cuando preguntaban, en demanda de noticias, a los carnívoros que se encontraban al otro lado del río. Pero las noticias siempre eran malas, y el bramador viento caliente de la selva se movía por entre las rocas y las zumbantes ramas, y esparcía renuevos y polvo por encima del agua.
-También se mueren los hombres junto a sus arados -dijo un sambhur joven-. Encontré a tres, entre la hora del crepúsculo y la noche. Yacían completamente quietos, y sus bueyes yacían con ellos, a su lado. Así estaremos nosotros, muy quietos y tendidos, dentro de poco.
-El río ha bajado más desde ayer en la noche -afirmó Baloo-. Hathi, ¿viste nunca una sequía corno ésta?
-Ya pasará, ya pasará -respondió Hathi, y lanzó agua al aire para que le cayera sobre el lomo y los flancos.
-Por aquí hay alguien que no resistirá mucho tiempo -observó Baloo. Y al decir esto, miró al muchacho a quien tanto quería.
-¿Quién? ¿Yo? -exclamó indignado Mowgli, sentándose en el agua-. Yo no tengo pelo largo que me cubra mis huesos. Pero. . pero, ¿y si te quitase a ti la piel, Baloo?
Tan sólo de pensar en esto, tembló Hathi, y Baloo dijo con aire severo:
-Hombrecito, no está nada bien que le digas eso a un maestro de la ley. Nunca me vio a mí nadie sin piel.
-No quise decir nada malo, Baloo, sino tan sólo que tú eres, digámoslo así, como un coco con cáscara, en tanto que yo como un coco sin cáscara. Ahora bien, la cáscara parda que tú tienes...
Mowgli se encontraba sentado con las piernas cruzadas, hablando, como de costumbre, con el dedo levantado, cuando Bagheera alargó suavemente una pata y lo tiró de espaldas en el agua.
-Esto va de mal en peor -dijo la pantera negra mientras el muchacho se levantaba farfullando algunas palabras-. Primero, que hay que quitarle su piel a Baloo, y luego, que es un coco... Pues cuidado; no vaya a hacer él lo que hacen los cocos maduros.
-¿Qué hacen? -interrogó Mowgli a quien había cogido distraído la advertencia y no la entendió, aunque era uno de los más inteligentes adivinadores de la selva.
-Le rompen a uno la cabeza -respondió suavemente Bagheera, y le dio otro empujón y lo zambulló de nuevo.
-No está bien que bromees a costa de tu maestro -dijo el oso, al mismo tiempo que Mowgli iba a parar bajo el agua.
-¡No está bien! Pues, ¿qué es lo que quieres? Esa cosa desnuda que siempre anda corriendo de aquí para allá, bromea, como si fuera un mono, con quienes en un tiempo fueron buenos cazadores, y nos tira de los bigotes a los mejores de entre nosotros, por juego.
Quien así habló, era Shere Khan, el tigre cojo, que descendía hacia el agua. Se quedó inmóvil durante un momento, para regocijarse con la impresión que produjo su vista en los ciervos al otro lado del río. Luego, dejando caer la cuadrada cabeza llena de arrugas, empezó a beber a lengüetadas y rezongó:
-La selva no es ahora sino un criadero de cachorros desnudos. ¡Mírame, hombrecito!
Miró Mowgli. . . Mejor dicho, ciavó los ojos tan insolentemente cuanto pudo; al cabo de un instante, Shere Khan volvióse con visible malestar.
-¡Hombrecito por aquí... hombrecito por allá!. .. -rugió sordamente, en tanto que seguía bebiendo-. ¡Bah! El cachorro ése no es ni hombre ni cachorro; de lo contrario, hubiera sentido miedo. ¡Habré de pedirle permiso en la estación próxima para que me deje beber! ¡Augr!
-Muy bien podría ocurrir eso -dijo Bagheera mirándolo fijamente en los ojos-. Muy bien podría ocurrir. ,Fu! ¡Shere Khan! ¿Qué abominable cosa es esa que traes acá?
El tigre cojo hundía la barba y la quijada en el agua, y flotaban aceitosas y oscuras rayas a partir de donde él bebía, y seguían corriente abajo.
-¡Un hombre! -respondió fríamente Shere Khan-. Hace una hora maté a un hombre.
Y siguió farfullando y rugiendo entre dientes.
Sobresaltóse toda la fila de animales, y se movieron presa de agitación, y entre ellos empezó a circular un murmullo que, al fin, se convirtió en un grito:
-¡Un hombre! ¡Un hombre! ¡Mató un hombre!
Miraron todos, entonces, a Hathi, el elefante salvaje; pero en aquel momento, él parecía no escuchar. Nunca actúa Hathi hasta que llega la hora de actuar; ésta es una de las causas de su vida tan larga.
-¡Matar a un hombre en esta estación!... ¿No tenías otra clase de caza a mano? -dijo Bagheera, saliendo del agua teñido de rojo y sacudiendo cada pata, como un gato, al salir.
-Por gusto lo hice, no por necesidad de carne.
Se escuchó de nuevo el murmullo de horror, y ahora sí, el vigilante ojillo blanco de Hathi miró en dirección de Shere Khan.
-¡Por gusto! -repitió lentamente Shere Khan-. Y ahora vengo a beber y limpiarme. ¿Alguien se opone a ello?
El lomo de Bagheera empezo a curvarse como un bambú cuando sopla fuerte viento. Pero Hathi levantó la trompa y habló con calma.
-¿Mataste por gusto? -preguntó. Cuando Hathi pregunta algo, lo mejor de todo es contestarle.
-Así es. Tengo derecho a hacerlo, porque esta noche es mía. Tú lo sabes, Hathi.
Y Shere Khan hablaba casi cortesmente.
-Lo sé, lo sé -concedió Hathi. Y tras un breve silencio, añadió:
-¿Bebiste ya todo lo que necesitabas?
-Sí, por esta noche.
-Pues ahora, vete. El río es para beber, y no para ensuciarlo. Nadie sino el Tigre Cojo podía hacer gala de su derecho en esta estación en que... en que todos padecemos... todos, tanto los hombres como el pueblo de la selva. Pero ahora, limpio o sucio, ¡regresa a tu cubil, Shere Khan!
Cual si fuesen trompetas de plata resonaron las últimas palabras, y sin ninguna necesidad de ello, los tres hijos de Hathi se adelantaron como un paso. Se escurrió Shere Khan, y no se atrevió ni siquiera a gruñir; sabía él lo que nadie ignora: que en último término, el amo de la selva es Hathi.
Mowgli murmuró al oído de Bagheera:
-¿Qué derecho es ése que alega Shere Khan? Siempre es cosa vergonzosa matar a un hombre; así lo dice la ley. No obstante, dice Hathi
-Pregúntaselo a él. Yo no lo sé, hermanito. Pero, a no haber hablado Hathi, y tuviera o no tuviera derecho el Cojo, ya le habría dado yo una lección a ese carnicero. Venir a la Roca de la Paz después de matar a un hombre.., y hacer luego gala de ello. . . es una acción digna tan sólo de un chacal. Además, no tuvo empacho en ensuciar el agua.
Después de esperar un minuto para darse ánimo, porque nadie se atrevía a hablar a Hathi directamente, Mowgli gritó:
-¿Cuál es ese derecho que alega Shcre Khan, Hathi?
Hallaron eco sus palabras en ambas orillas. El pueblo de la selva es curiosísimo, y acababan de presenciar algo que nadie parecía entender, excepto Baloo, que se mostraba muy pensativo.
-Es una historia antigua -dijo Hathi-. Una historia más vieja que la selva. Estén quietos, callen todos en esta y la otra orilla, y contaré la historia.
Hubo uno o dos minutos de confusión, ya que los jabalíes y los búfalos se empujaban los unos a los otros, y al cabo, los que dirigían las manadas, gruñeron sucesivamente:
-Estamos esperando.
Avanzó Hathi y se metió casi hasta las rodillas en la laguna que se formaba junto a la Roca de la Paz.Su aspecto era el que le correspondía, aunque estaba flaco y arrugado y con los colmillos amarillentos: el de amo de la selva, conviene a saber, lo que todos sabían que era.
-Todos ustedes saben, hijos míos -empezó- que al hombre es a quien temen más que a todas las cosas.
Se escuchó un rumor de aprobaclon.
-Esto va contigo, hermanito -le dijo Bagheera a Mowgii.
-¿Conmigo? Yo pertenezco a la manada... Soy un cazador del pueblo libre -respondió Mowgli-. ¿Qué hay entre los hombres y yo?
-¿Saben ustedes por qué le tienen miedo al hombre? -prosiguió Hathi-. He aquí la razón: En el principio de la selva -y nadie sabe cuándo fue esto- todos los hijos de ella andábamos juntos sin temor los unos de los otros. No había sequías en aquellos tiempos; hojas, flores y frutos crecían en el mismo árbol, y nosotros no comíamos sino hojas, flores, hierbas, frutos y cortezas."
-Alegre me siento de no haber nacido en aquellos tiempos -dijo Bagheera-. ¿Para qué sirven las cortezas sino para afilar las garras en ellas?
-Tha, el primer elefante, era el señor de la selva. Con su trornpa sacó a la selva de las profundas aguas. Donde él trazó surcos con sus colmillos, allí corren los ríos; donde pegó con el pie, brotaron manantiales de agua potable; cuando hizo sonar su trompa... asi... cayeron los árboles. Así hizo la selva, Tha; así me contaron a mí lo sucedido.
-Pues el cuento no perdió nada en tamaño al pasar de boca en boca -bisbisó Bagheera, y Mowgli, para que no lo vieran reír, se tapó la cara con la mano.
-No había en aquellos tiempos ni trigo, ni melones, ni pimienta, ni cañas de azúcar; tampoco había chozas como las que ustedes han visto; el pueblo de la Selva no sabía nada acerca del hombre, y vivía en común, formando un solo pueblo. Sin embargo, empezaron poco a poco los altercados por la comida, aunque había pastos suficientes para todos. Eran unos holgazanes. Cada quien quería comer allí donde estaba echado, como en ocasiones podemos hacerlo nosotros cuando son abundantes las lluvias de la primavera.
Entre tanto, Tha, el primer elefante, seguía ocupado en crear nuevas selvas y en encauzar ríos. Imposible que pudiera estar en todas partes, por lo cual nombró dueño y juez de la selva al primer tigre, asignándole la obligación de que resolviera todos los altercados que el pueblo tenía el deber de sujetar a su juicio. Corno todos los demás animales, en aquel tiempo el primer tigre comía fruta y hierba. Su tamaño era igual que el mío, y era hermosísimo, todo él del color de las flores de enredadera amarilla. Carecía de rayas en la piel en aquellos tiempos felices en que la selva era joven. Acudía ante su presencia, sin ningún temor, el pueblo todo de la selva, y su palabra era la ley para todos. Recordarán que les dije que no formábamos entonces sino un solo pueblo.
Una noche, sin embargo, hubo una disputa entre dos gamos (fue una riña por cuestión de pastos, una riña como las que ustedes dirimen ahora con los cuernos y las patas). Cuentan que, en tanto hablaban los dos a la vez ante el primer tigre, que estaba echado entre las flores, uno de los gamos lo empujó sin querer con los cuernos; olvidó en ese momento el primer tigre que era el dueño y el juez de la selva: saltó sobre el gamo y le partió el cuello de una dentellada.
Ninguno de nosotros había muerto hasta aquella noche. El primer tigre, al darse cuenta de su fechoría y enloquecido por el olor de la sangre, huyó hacia los pantanos del Norte. Nosotros, en la selva, quedamos sin juez, y pronto dimos en luchar los unos contra los otros. Tha, al escuchar el ruido, regresó entonces. Unos le dieron una versión de lo ocurrido, en tanto que otros le daban otra versión, pero él, al ver al gamo muerto entre las flores, preguntó quién lo había matado; pero nosotros los de la selva no quisimos decírsebo porque el olor de la sangre también nos había enloquecido. Corríamos de acá para allá, formando círculos, brincando, ululando y sacudiendo la cabeza. Entonces, a los árboles de ramas bajas y a las enredaderas de la selva, les dio Tha la orden de que señalaran al matador del gamo, de manera que él pudiera reconocerlo, y añadió:
-Ahora, ¿quién quiere ser dueño del pueblo de la selva?
Saltó rápidamente el mono gris, que habita entre las ramas, y chilló:
-Yo quiero ser dueño de la selva.
Rióse Tha al escuchar esa petición, y le contestó:
-Así sea.
Y después de eso, se marchó de muy mal humor.
Todos ustedes conocen, hijos míos, al mono gris. Entonces era lo que es ahora. Al comienzo guardó toda la compostura de un sabio.
Más, de ahí a poco, empezó a rascarse y a saltar, así que, cuando regresó Tha, lo halló colgando cabeza abajo de una rama, haciendo burla de los que estaban en el suelo, los cuales, a su vez, hacían burla de él. Por tanto, no había ley en la selva... sino tan sólo charla insulsa y palabras sin sentido.
Tha, entonces, hizo que nos acercáramos a él todos y dijo:
-El primero de vuestros dueños trajo a la selva la muerte; el segundo, la vergüenza. Por tanto, hora es ya de que tengan ustedes una ley, una ley que no puedan ustedes quebrantar. Ahora van a conocer el miedo, y, una vez que lo hayan conocido, se darán muy bien cuenta de que él es el amo de ustedes, y todo lo demás marchará por sí solo.
Entonces nosotros, los de la selva, dijimos:
-¿Qué significa miedo?
Y respondió Tha:
-Busquen, hasta que lo encuentren.
Por lo cual fuimos de un lado a otro de la selva, buscando al miedo, y de pronto, los búfalos. .
-¡Uf! -dijo Mysa desde el banco de arena en que se hallaban los búfalos, pues era él quien los dirigía.
-Sí, Mysa, los búfalos. Volvían con la noticia de que en una caverna, en la selva, estaba sentado el miedo; que no tenía pelo en el cuerpo y que caminaba tan sólo con las patas posteriores. Nosotros, los de la selva, seguimos entonces al rebaño hasta llegar a la caverna, ¡y allí estaba el miedo, de pie en la entrada! Corno dijeron los búfalos, tenía la piel desnuda de pelo y caminaba sólo con las piernas de atrás. Gritó al vernos, y su voz nos llenó de espanto, de ese mismo espanto que nos inspira hoy esa voz cuando la oímos, y, atropellándonos los unos a los otros y haciéndonos daño, huimos entonces, porque teníamos miedo. Y me contaron que, a partir de aquella noche, ya los de la selva no nos echamos juntos como solíamos, sino que nos separarnos por tribus.., el jabalí con el jabalí, el ciervo con el ciervo; cuernos con cuernos, cascos con cascos, cada quien con su semejante, y así se acostaron todos en la selva, presa de inquietud.
El único que no se hallaba con nosotros era el primer tigre; estaba todavía escondido en los pantanos del Norte. Cuando hasta él llegó la historia de lo que habíamos visto en la caverna, dijo:
-Me dirigiré hasta donde se encuentra eso y le partiré el cuello.
Durante toda la noche corrió hasta que llegó a la caverna; pero, recordando la orden que les había dado Tha, los árboles y las enredaderas bajaban sus ramas y tallos al pasar el tigre y le marcaron la piel mientras corría, y le dejaron dibujadas las huellas de sus dedos en el dorso, lados, frente y quijadas. Sobre la piel amarilla, en cualquier lado que lo tocaron, le dejaron una mancha y una raya. ¡Y esas rayas son las que hasta el día de hoy llevan sus hijos! Cuando estuvo frente a la caverna, tendió hacia él la mano el miedo, el de la piel desnuda y le llamó "el rayado", "el cazador nocturno". El primer tigre se sintió presa del miedo ante el de la piel desnuda, y, rugiendo, regresó a los pantanos.
En este momento de la narración, Mowgli se rió disimuladamente hundiendo la barbilla en el agua.
Tha oyó los rugidos; tan fuertes eran. Y dijo:
-¿Qué desgracia te sucede?
El primer tigre levantó el hocico al cielo, recién hecho entonces y tan viejo ahora, y dijo:
-¡Tha! ¡Te lo ruego! ¡Devuélverne mi antiguo poder! Me avergonzaste ante todos los que habitan la selva; huí de quien tiene la piel desnuda y hasta osó llamarme lo que para mí es un oprobio.
-¿Y por qué? -interrogó Tha.
-Porque estoy manchado con el fango de los pantanos.
-Ve a nadar, pues, y luego revuélcate sobre la hierba húmeda; quedarás limpio, si eso es fango -dijo Tha.
El primer tigre fue, pues a nadar, y luego se revolcó cien y cien veces sobre la hierba hasta que sintió que la selva daba vueltas y vueltas ante su vista. No obstante, ni la más mínima raya de su piel cambió en lo más mínimo. Tha, que lo observaba, se rió.
Entonces dijo el primer tigre:
-¿Qué hice para que me sucediera esto?
Y Tha respondió:
-Mataste a un gamo, y con ello entró abiertamente la muerte en la selva, y con la muerte vino el miedo hasta tal punto, que los seres de la selva ya se temen los unos a los otros, de la misma manera que tú le temes al de la piel desnuda.
A lo que contestó el primer tigre:
-Nunca me tendrán miedo a mí, pues los conocí desde el principio.
Respondió Tha:
-Ve a cerciorarte de ello.
El primer tigre empezó a correr (de un lado a otro dando voces y llamando al ciervo, al jabalí, al sambhur, al puerco espín y a todos los pueblos de la selva; pero todos huyeron de él, que había sido juez, porque le tenían miedo.
Vencido su orgullo y abatiendo la cabeza contra el suelo, regresó el tigre y desgarraba la tierra con sus uñas, diciendo:
-Recuerda que hubo un tiempo en que fui dueño de la selva. ¡No te olvides de mí, Tha! ¡Permite que recuerden mis hijos que hubo un tiempo en que no supe lo que era vergüenza, ni miedo!
Y Tha le contestó:
-Esto es lo que haré por ti, ya que tú y yo juntos vimos nacer la selva. Cada año, por espacio de una noche, tornarán a ser las cosas como eran antes de que muriera el gamo. . y esto sólo sucederá para ti y tus hijos. Durante esa noche que te concedo, si llegaras a tropezar con el de la piel desnuda (cuyo nombre es el hombre), no sentirás miedo de él, sino que él te temerá a ti, como si fueras tú, junto con los tuyos, juez de la selva, y, también junto con los tuyos, dueño de todas las cosas. Esa noche, cuando lo veas atemorizado, ten misericordia de él, porque también tú conoces el miedo.
Entonces respondió el primer tigre:
-Me place.
Pero montó en cólera cuando, poco después, fue a beber y se vio las rayas negras sobre costillas e ijadas y recordó el nombre que le había dado el de la piel desnuda. Vivió durante un año en los pantanos, deseando que Tha cumpliera su promesa. Al cabo, una noche en que brilló con clara luz sobre la selva el Chacal de la Laguna (la estrella vespertina), sintió él que aquélla era su noche, que su noche había llegado, y se dirigió a la caverna en busca de el de la piel desnuda. Tal como Tha lo había prometido, así sucedieron las cosas, porque aquel cayó ante la fiera y permaneció tendido en el suelo, y el piimer tigre lo atacó, lo hirió y le rompió el espinazo; había creído que no había sino uno de estos seres en toda la selva, y que, dándole muerte, había matado al miedo. Y un momento después, en tanto que olfateaba al muerto, oyó que Tha descendía de los bosques del Norte y se escuchó la voz del primer elefante, que es la voz que oímos también ahora. .
Retumbaba el trueno por las secas colinas, pero no lo acompañó la lluvia, sino tan sólo relámpagos de calor que temblaban detrás de la cordillera. Y Hathi continuó: es la voz que oyó, y esa voz decía: ¿es la misericordia que tú muestras?
Relamióse el primer tigre y respondió:
-¿Y qué importa? ¡Maté al miedo!
Replicó Tha:
-¡Ah, ciego e insensato! Le quitaste a la muerte las cadenas que apresaban sus pies, y ahora ella seguirá tus huellas hasta que mueras. Tú enseñaste al hombre a matar.
Erguido junto al cadáver, dijo entonces el primer tigre:
-Está como estaba el gamo. No existe ya el miedo. Juzgaré de nuevo ahora a los pueblos de la selva.
Pero Tha respondió:
-Nunca más te buscarán los pueblos de la selva; nunca cruzarán tu camino, ni dormirán cerca de ti, ni seguirán tus pasos, ni pasarán junto a tu cueva. Tan sólo el miedo te seguirá y hará que estés a merced suya mediante invisibles golpes. Hará que la tierra se abra bajo tus pies; que se enrosque la enredadera a tu cuello; que los troncos de los árboles crezcan en grupos frente a ti, a una altura mayor de la que tú puedas saltar, y, por último, te quitará tu piel y usará de ella para envolver a sus cachorros cuando tengan frío. No le tuviste misericordia; él tampoco tendrá ninguna misericordia de ti.
Pero el primer tigre se sintió lleno de audacia porque su noche aún no había pasado, y respondió:
-Pera Tha, lo prometido es deuda. ¿Me privará él de mi noche?
Contesté Tha:
-Tuya es la noche que te concedí, como ya dije; pero algo habrás de pagar por ella. Tú le enseñaste al hombre a matar, y él es un discípulo que pronto aprende.
El primer tigre continuó:
-Aquí está, bajo mi garra, con el espinazo partido. Haz que la selva sepa que yo maté al miedo.
Se rió Tha entonces, y dijo:
-Mataste a uno de tantos; pero ve y cuéntaselo tú mismo a la selva.. . porque tu noche ha terminado ya.Se hizo entonces de día, y de la caverna salió otro de los de la piel desnuda, quien, al ver el cadáver en el camino y al primer tigre encima, cogió un palo puntiagudo...
-¡Ahora arrojan cosas cortantes! -interrumpió Ikki deslizándose hacia la orilla y haciendo ruido con sus púas; conviene saber que Ikki es considerado como manjar muy fino por los gondos (que llamaban a Ikki Ho-Iggoo) y algo sabía él del hacha malvada, pequeña, que hacen girar rápidamente, al través de un claro del bosque, como si fuese una libélula.
Hathi prosiguió:
-Era una estaca puntiaguda, como las que ponen en el fondo de los hoyos que sirven de trampa, y, árrojándolo, hirió en el costado al primer tigre. Cumpliéronse así las cosas tal y como las había dicho Tha, porque el tigre huyó corriendo a la selva rugiendo, hasta que logró arrancarse la estaca, y todos supieron que el de la piel desnuda podía herir a distancia y esto fue causa de que lo temieran más que antes. Resultó así también que el primer tigre enseñó a matar al de la piel desnuda (y no ignoran ustedes todo el daño que esto ha causado a todos nuestros pueblos desde entonces), empleando lazos, trampas y palos que vuelan, y por medio de la mosca de punzante aguijón que sale del humo blanco (se refería Hathi a rifle), y de la Flor Roja, que nos obliga a correr hacia el terreno abierto y despejado. Y sin embargo cada año, durante una noche, el de la piel desnuda teme al tigre, como lo había prometido Tha, y nunca la fiera le dio motivo para perder ese miedo. Allí donde lo encuentra, lo mata, al acordarse de la vergüenza que pasó el primer tigre. Pero, durante todo el resto del año, el miedo se pasea por la Selva, de día y de noche.
-¡Ahi! ¡Au! -dijo el ciervo al pensar en todo lo que esto significa para ellos.
-Y tan sólo cuando, como ocurre ahora, un gran miedo parece amenazar todas las cosas, podemos los habitantes de la Selva poner a un lado todos nuestros recelos de poca monta y reunirnos en un mismo sitio, como lo estamos haciendo ahora.
-¿Tan sólo durante una noche teme el hombre al tigre? -preguntó Mowgli.
-Sólo durante una noche -respondió Hathi.
-Pero yo... y ustedes.., y toda la selva sabemos que Shere Khan mata hombres dos y tres veces durante el tiempo que dura una misma luna.
-En efecto. Pero entonces ataca por la espalda y vuelve la cabeza al saltar, porque siente mucho miedo. Si el hombre lo mirara, el tigre huiría. Pero durante su noche se dirige al pueblo sin intentar ocultarse; se pasea entre las hileras de casas; asoma la cabeza por las puertas; entonces, si los hombres caen de cara al suelo, allí y en ese momento los mata él. Una sola muerte durante aquella noche.
-¡Ah! -dijo para sí Mowgli, revolcándose en el agua-. Comprendo ahora por qué Shere Khan me desafió a que lo mirara. No obtuvo gran ganancia de ello, pues no pudo resistir mi mirada, y yo.. . yo, en verdad no caí a sus pies. Pero conviene tener en cuenta que yo no soy un hombre, ya que pertenezco al pueblo libre.
-¡Hum! -exclamó Bagheera desde lo más hondo de su garganta-. ¿Sabe el tigre cuál es su noche?
-Nunca, hasta que brilla claramente el Chacal de la Laguna, al elevarse por encima de la niebla vespertina. A las veces cae durante la sequía del verano, y a las veces en la época de las lluvias... esa noche del tigre. Pero nunca hubiera ocurrido nada de eso a no ser por el primero, y ninguno de nosotros hubiera conocido el miedo.
Lamentóse tristemente el ciervo y los labios de Bagheera se movieron esbozando una sonrisa irónica.
-¿Conocen los hombres esa historia? -preguntó.
-Nadie la sabía sino los tigres y nosotros los elefantes. . . los hijos de Tha. Ahora, todos los que están por allí en las lagunas, la saben también. He dicho.
Y Hathi hundió su trompa en el agua, como significando que no quería hablar más.
-Pero... pero... pero. .. -dijo Mowgli, volviéndose hacia Baloo:
-¿Por qué el primer tigre no siguió comiendo hierba, hojas y árboles? Después de todo, se limitó a romperle el cuello al gamo: no lo devoró. ¿Qué lo hizo aficionarse a comer carne caliente?
-Los árboles y las enredaderas lo señalaron, hermanito, y lo convirtieron en esa cosa rayada que hoy vemos. No quiso ya comer de sus frutos; mas, desde aquel día, vengó la afrenta en el ciervo y en los demás que comen hierba -respondió Baloo.
-Entonces tú sabías también el cuento, ¿verdad? ¿Por qué no te lo oí nunca?
-Porque la selva está llena de cuentos de ese estilo. Si empiezo a contártelos, no acabaré nunca. Vamos, suéltame la oreja, hermanito.
¡AL TIGRE! ¡AL TIGRE!


Retrocedamos ahora hasta la época del primer cuento. Cuando, después de la lucha sostenida por Mowgli con la manada en el Consejo de la Peña, abandonó él la caverna de los lobos, se dirigió a las tierras de labor donde vivían los campesinos; mas no quiso permanecer allí porque se encontraba demasiado cerca de la selva y porque sabía que había dejado un enemigo acérrimo, por lo menos, en el consejo. Por tanto, siguió una mala vereda que conducía hasta el valle, y continuó al trote largo por ella durante unas cinco leguas, y así llegó a un país que le era desconocido.
En ese lugar se abría el valle y se convertía en una gran llanura, salpicada aquí y allá de rocas y cortada de trecho en trecho por barrancos. En un extremo se divisaba una aldea; en el otro, la selva descendía repentinamente hasta los pastizales, y se detenía de golpe, cual si la hubieran cortado con una azada. En la llanura pacían búfalos y ganado; cuando los muchachos que los cuidaban vieron a Mowgli, empezaron a gritar y huyeron en tanto que se ponían a ladrar los perros vagabundos que siempre merodean en torno de las aldeas indias.
Mowgli se sentía hambriento, y por tanto siguió adelante; al llegar a la entrada del pueblo, vio que estaba corrido hacia un lado el gran arbusto espinoso que siempre se coloca frente a ella al oscurecer para interceptar el paso.
-¡Huy! -exclamó (ya más de una vez se había encontrado con esas barreras en sus correrías nocturnas cuando andaba en busca de algo que comer)-. ¡De manera que también aquí los hombres tienen miedo del pueblo de la selva!
Se sentó junto a la entrada, y, al ver venir a un hombre, se puso en pie, abrió la boca y señaló hacia su interior para significar que quería comida. Cuando el hombre lo miró, retrocedió corriendo por la única calle de la aldea, llamando a voces al sacerdote, el cual era alto y gordo, vestía de blanco y ostentaba en la frente una señal roja y amarilla. Acudió éste junto con unas cien personas más que se le habían unido, y miraban, hablaban y daban gritos en tanto que señalaban hacia Mowgli.
-¡Qué mala educación tiene el pueblo de los hombres! -pensó el muchacho-. Sólo los monos grises harían cosas semejantes.
Apartó hacia atrás su larga cabellera y se puso a mirarlos, hosco y malhumorado.
-¿De qué tienen miedo? -dijoles el sacerdote-. Miren las marcas que tiene en brazos y piernas: son cicatrices de los mordiscos que le han dado los lobos. No es más que un niño lobo que se ha escapado de la selva.
Al jugar Mowgli con los lobatos, en no pocas ocasiones éstos habían mordido al muchacho más profundamente de lo que creían; de ahí las blancas cicatrices que ostentaba en sus miembros. Pero él hubiera sido la última persona en el mundo que llamaría mordiscos a aquello, pues bien sabía lo que en verdad era morder.
-¡Arré! ¡Arré! -gritaron dos o tres mujeres a la vez-. ¡Mordido por los lobos!... ¡Pobrecito! ¡Un muchacho tan hermoso! Tiene los ojos como brasas. Messua, te juro que se parece al niño que te robó el tigre.
-Deja que lo mire bien -respondió una mujer que ostentaba pesados brazaletes de cobre en la muñeca y en los tobillos. Y lo observó con gran curiosidad, haciéndose pantalla cón la mano puesta sobre la frente-. A la verdad que se parece -prosiguió-. este es más flaco, pero tiene el mismo aspecto de mi niño.
El sacerdote era un hombre muy listo y sabía que Messua era la esposa del aldeano más rico de aquel lugar. Por tanto, dijo solemnemente, no sin antes mirar al cielo durante un momento:
-Lo que la selva te quitó en otro tiempo, ahora te lo devuelve. Llévate al muchacho a tu casa, hermana mía, y luego no te olvides de honrar al sacerdote cuya mirada penetra tan dentro en las vidas de los hombres.
-¡Por el toro con que fui rescatado! -se dijo Mowgli-. Toda esta charla no es sino una especie de examen como el que sufrí en la manada... ¡Bueno! Hombre he de volverme, al fin, si soy un hombre.
Cuando la mujer le hizo señas a Mowgli para que se dirigiera con ella a su choza, se disolvió el grupo. En la choza había una cama roja barnizada; una gran caja de tierra cocida para guardar granos adornada con dibujos en relieve; seis calderos de cobre; una imagen de un dios indio, en un pequeño dormitorio, y, en la pared, un espejo, un verdadero espejo como los que venden en las ferias rurales.
La mujer le dio un buen trago de leche y un poco de pan; después, colocándole la mano sobre la cabeza, lo miró en los ojos, y pensó en si realmente aquel sería su hijo que volvía de la selva a donde el tigre se lo había llevado.
-¡Nathoo! ¡Nathoo! -le llamó. Pero Mowgli no dio ninguna señal de que conociera ese nombre.
-¿Recuerdas aquel día en que te regalé un par de zapatos nuevos?
Tocó los pies del muchacho y vio que estaban casi tan duros como si los tuviese revestidos de una superficie córnea.
-No -prosiguió tristemente-, esos pies nunca llevaron zapatos. . Pero te pareces mucho a mi Nathoo y de todas maneras serás mi hijo.
Sentíase Mowgli oprimido porque nunca antes se había visto bajo techado. No obstante, al mirar la cubierta de bálago que tenía la choza, pensó que sería fácil romperla cuando quisiera escaparse; además, la ventana carecía de pestillo.
-¿De qué me sirve ser hombre -se dijo- cuando no entiendo el lenguaje de los hombres? Soy como un bobo y un sordo, y esto le ocurriría también a cualquier hombre que se encontrara en la selva entre nosotros. Deberé, pues, aprender ese lenguaje.
Cuando vivía entre los lobos, no en vano se había ejercitado en imitar el grito de alerta del gamo y el gruñido del jabato. Así, cuando Messua decía una palabra, Mowgli la imitaba casi a la perfección; antes que oscureciera ya había aprendido el nombre de muchas cosas que se veían en la choza.
Hubo cierta dificultad a la hora de acostarse porque Mowgli se resistió a dormir bajo un techo que mucho se parecía a una trampa para cazar panteras. En cuanto cerraron la puerta, salió por la ventana.
-Déjalo que actúe como quiera -dijo el marido de Messua-. Piensa que no es posible que sepa lo que es dormir en una cama. Si en verdad se nos envió para que sustituya a nuestro hijo, no hay que temer que se escape.
Se tendió Mowgli sobre la alta y limpia hierba que había al extremo del campo. Pero antes que hubiera tenido tiempo de cerrar los ojos, lo tocó bajo la barba un gris y suave hocico.
-¡Fu! -exclamó el Hermano Gris (que era el mayor de los cachorros de mamá Loba)-. ¡este es el premio que me das por haberte seguido durante veinte leguas! Apestas a humo de leña y a ganado. exactamente igual que un hombre. ¡Vamos, despiértate, hermanito! ¡Tengo noticias!
-¿Están todos bien en la selva? -dijo Mowgli, abrazándolo.
-Todos, excepto los lobos que recibieron quemaduras de la Flor Roja. Oye ahora: Shere Khan se fue a cazar a otra parte, muy lejos, hasta que le crezca de nuevo el pelo, porque lo tiene todo chamuscado. Ha jurado que enterrará tus huesos en el Waingunga, cuando regrese.
-No sólo él tiene voz en este asunto; también yo he jurado algo. Pero las noticias son siempre agradables. Estoy cansado esta noche... muy cansado por las novedades que me ocurren Pero dame noticias.
-¿No olvidarás que eres un lobo? ¿No harán los hombres que te olvides de ello? -preguntó el Hermano Gris con gran ansiedad.
-¡Nunca! Siempre recordaré que te quiero, como quiero a todos los de nuestra cueva; pero también recordaré siempre que se me arrojó de la manada.
-Cuida que no te arrojen ahora de otra. Los hombres son hombres y nada más, hermanito; su charla es como la de las ranas en las charcas. Cuando regrese por aquí, te esperaré entre los bambúes, al otro extremo de la pradera.
Apenas salió Mowgli de la aldea durante tres meses, a contar desde aquella noche, porque estuvo muy ocupado en aprender los usos y costumbres de los hombres. Hubo de acostumbrarse en primer lugar a llevar envuelto el cuerpo en una tela, cosa que le molestaba en extremo; luego tuvo que aprender el valor de la moneda, y esto no lograba entenderlo en modo alguno; y por último tuvo que aprender a arar, y él no comprendía la utilidad de esto. Por otra parte, los niños de la aldea lo molestaban mucho. Era una suerte que la ley de la selva le hubiera enseñado a dominar su genio, ya que allí la vida y la alimentación dependían precisamente de esa cualidad. Sin embargo, cuando hacían burla de él porque ni jugaba ni sabía cómo hacer volar una cometa, o porque pronunciaba mal alguna palabra, tan sólo el pensamiento de que es indigno de un cazador matar a desnudos cachorrillos le impedía seguir su impulso de cogerlos y partirlos por la mitad.
No tenía conciencia de su propia fuerza. En la selva conocía muy bien su debilidad, si se comparaba con las fieras; pero la gente de la aldea decía que era fuerte como un toro.
Tampoco tenía Mowgli la menor idea de las diferencias que establecen entre los hombres las castas. Cuando el borriquillo del alfarero se hundía en el lodazal, él lo asía de la cola y lo sacaba fuera, y luego ayudaba a amontonar los cacharros para que los llevara al mercado de Khanhiwar. Esto, obviamente, eran cosas muy ofensivas para las buenas costumbres, porque el alfarero es de casta inferior, y el borriquillo más aún. Cuando el sacerdote le llamó la atención y lo reprendió por esas cosas, Mowgli lo amenazó diciéndole que lo pondría a él también sobre el borrico; esto decidió al sacerdote a decirle al marido de Messua que pusiera a trabajar cuanto antes a aquel muchacho. El que fungía como jefe en la aldea le ordenó a Mowgli que al día siguiente se fuera a apacentar los búfalos. Para el muchacho nada podía ser tan agradable como esto, y, al considerarse ya realmente como encargado de uno de los servicios de la aldea, se dirigió aquella misma noche a una reunión que tenía lugar todos los días, desde el oscurecer, en una plataforma de ladrillos a la sombra de una gran higuera. Era este lugar algo así como el casino de la aldea y allí se reunían y fumaban el jefe, el vigilante, el barbero (enterado de todos los chismes locales) y el viejo Buldeo, cazador del lugar y que poseía un viejo mosquete. Los monos, en las ramas superiores de la higuera, sentábanse también y charlaban. Debajo de la plataforma vivía en un agujero una serpiente cobra, y, como la tenían como sagrada, recibía cada noche un cuenco de leche. Se sentaban los viejos en torno del árbol y enhebraban la conversación a la que acompañaban de buenos chupetones a las grandes hukas o pipas; esto duraba hasta muy entrada la noche. Allí se narraban asombrosas historias sobre dioses, hombres y duendes. Sin embargo, las que refería Buldeo sobre las costumbres de las fieras en la selva excedían a todas las demás, hasta tal punto que al escucharlas, a los chiquillos que se sentaban fuera del círculo a escuchar, se les salían los ojos de las órbitas de puro asombro. La mayor parte de aquellos relatos se referían a animales, porque, teniendo la selva a sus puertas, por decirlo así, eso era lo que más les interesaba. A menudo veían que los ciervos y los jabalíes destrozaban sus cosechas, y hasta de cuando en cuando un tigre se llevaba a alguno de sus hombres, a la vista misma de los habitantes de la aldea, al oscurecer.
Mowgli, por supuesto, conocía a fondo el asunto de que hablaban, y en no pocas ocasiones tenía que taparse la cara para que no le vieran reírse; y en tanto que Buldeo, con el mosquete sobre las rodillas, iba entretejiendo uno y otro cuento maravilloso, al muchacho le temblaban los hombros por los esfuerzos que hacía para contenerse.
El tigre que había robado al hijo de Messua, decía Buldeo, era un tigre duende en cuyo cuerpo habitaba el alma de un perverso usurero que había muerto hacía algunos años. No cabía de ello la menor duda -añadía- porque, a consecuencia de un golpe que recibiera en un tumulto, Purun Dass cojeaba siempre; el tumulto fue cuando le pegaron fuego a sus libros de caja. Ahora bien, el tigre de que hablo cojea también, porque son desiguales las huellas que deja al andar.
-¡Cierto! ¡Cierto! ¡Es la pura verdad! -exclamaron los viejos con ademanes de aprobación.
-¿Y así son todos vuestros cuentos, quiero decir, un tejido de mentiras y sueños? -gritó Mowgli-. Si el tigre cojea es porque nació cojo, como todo el mundo sabe. Es algo completamente infantil hablarnos de que el alma de un avaro se refugió en el cuerpo de una fiera como ésa, que vale menos que cualquier chacal.
Buldeo quedó mudo de sorpresa durante un momento; el jefe miró fijamente al muchacho.
-¡Ah! Conque tú eres el rapaz que vino de la selva, ¿eh? Ya que tanto sabes, lleva la piel de ese tigre a Khanhiwara; el gobierno ofreció cien rupias a quien lo mate. Pero, mejor, enmudece y respeta a las personas mayores.
Mowgli se puso en pie para marcharse.
-Durante todo el tiempo que tengo aquí escuchando -dijo con desdén, mirando por encima del hombro-, no dijo Buldeo palabra de verdad con una o dos excepciones, tocante a la selva, que tan cerca tiene. ¿Cómo quieren que crea, pues, esos cuentos de duendes y dioses y toda laya de espíritus, que él afirma haber visto?
-Ya es hora de que el muchacho vaya y se ocupe del ganado -indicó el jefe. Buldeo, entre tanto, bufaba de rabia, por la impertinencia de Mowgli.
Se acostumbra en las aldeas indias que algunos muchachos conduzcan el ganado y los búfalos a pacer en las primeras horas de la mañana, para traerlos de nuevo en la noche; esos mismos animales que pisotearían hasta matarlo a un hombre blanco, permiten que los chiquillos que apenas les llegan al hocico los golpeen, los gobiernen y les griten. En tanto que los muchachos no se aparten del ganado, estarán a salvo, pues ni siquiera los tigres se atreven entonces a atacar a aquella gran mása. Pero estarán en grave peligro de desaparecer para siempre, en cuanto se desvíen para coger flores o cazar lagartos.
Al rayar el alba, Mowgli, sentado en los lomos de Rama, el gran toro del rebaño, pasó por la calle de la aldea, y los búfalos, de un color azulado de pizarra, de largos cuernos dirigidos hacia atrás y de ojos feroces, uno a uno se levantaron de sus establos y lo siguieron, y muy claramente demostraba Mowgli a los muchachos que lo rodeaban que él era allí quien mandaba. Golpeó a los búfalos con una larga caña de bambú y le encargó que cuidara del ganado a Kamya, uno de los muchachos, en tanto que él se iba con los búfalos; lo amonestó para que por nada se alejara del rebaño.
En la India, una pradera es un terreno lleno de rocas, de matojos y de quebraduras, en donde se desparraman y desaparecen los rebaños. Las lagunas y tierras pantanosas son generalmente para los búfalos; allí se echan, se revuelcan o toman el sol, o se meten en el fango durante horas enteras.
Mowgli los condujo hasta el extremo de la llanura, donde, procedente de la selva, desembocaba el río Waingunga; entonces, apeándose de Rama, corrió hacia un grupo de bambúes y allí halló al Hermano Gris.
-¡Vaya! -prorrumpió éste-. Aquí estoy esperándote desde hace muchos días. ¿Qué quiere decir eso de que andes con el ganado?
-Me dieron esa orden. Por ahora, soy pastor. ¿Qué noticias me traes de Shere Khan?
-Volvió a este país y ha estado buscándote durante mucho tiempo. Se marchó hoy, porque aquí escasea la caza; pero abriga la intención de matarte.
-¡Perfectamente! -respondió Mowgli-. Harás esto: tú o uno de tus hermanos se pondrán sobre esta roca de modo que pueda yo verlos al salir de la aldea; esto, mientras Shere Khan no vuelva. Pero en cuanto se halle de nuevo aquí, espérame en el barranco donde está aquel árbol de dhâk, en el centro de la llanura. No hay ninguna necesidad de que nos metamos nosotros en la boca de Shere Khan.
Dicho esto, buscó un lugar con sombra, se acostó y se durmió, en tanto que los búfalos pacían en torno suyo. Oficio de lo más perezoso en este mundo, es el pastoreo en la India. Camina el ganado de un lugar para otro, se echa, rumia, se levanta de nuevo, y ni siquiera muge. Tan solo gime sordamente; pero los búfalos, muchas veces ni eso: simplemente se hunden en los pantanos uno tras otro, caminan entre el fango hasta que no se ve en la superficie sino el hocico y los ojos, fijos y azules, y así permanecen como leños.
Parece como si el sol hiciera vibrar las rocas en la atmósfera ardiente; los chiquillos que cuidan el ganado escuchan, de cuando en cuando, a un milano -nunca más de uno- que silba desde una altura que lo hace casi invisible, y saben que si ellos o alguna vaca murieran, se lanzaría allí el milano en el acto; entre tanto, el más próximo a él, vería el rápido descenso, a algunas leguas de distancia; y otros y otros más se enterarían de lo que había, desde muy lejos; y así, sin dar casi tiempo a que acabaran de morir, ya estarían presentes más de veinte milanos hambrientos, sin que se adivinara de dónde habían salido.
Algunas veces los muchachos duermen, se despiertan, se duermen de nuevo; tejen pequeñas cestas con hierba seca y meten saltamontes dentro; hacen que se peleen dos insectos de los llamados mantas religiosas; forman collares con nueces de la selva, rojas y negras; observan al lagarto que toma el sol sobre una roca; o, por último, miran cómo junto a los pantanos alguna serpiente caza a una rana. Otras veces entonan largas, larguísimas canciones, que terminan con unos trinos, muy típicos del país; oyendo aquello, un día parece más largo que la vida de la mayor parte de las personas; o fabrican con el fango, castillos, con hombres, caballos y búfalos; ponen cañas en las manos de aquéllos y suponen que son reyes rodeados de sus ejércitos, o dioses que exigen adoración.
Luego llega la noche. Los búfalos se levantan pesadamente del pegajoso barro, azuzados por los gritos de los muchachos, produciendo ruidos parecidos a disparos de armas de fuego, y formando larga fila se dirigen al través de la llanura gris hacia el lugar donde parpadean las luces de la aldea.
Mowgli condujo a los búfalos día tras día a aquellos pantanos; día tras día divisó al Hermano Gris a una legua y media de distancia en la extensa llanura (y esto le indicaba que no había vuelto aun Shere Khan); y día tras día se rindió al sueño también sobre la hierba, escuchando los ruidos y soñando en su vida pasada, allá en la selva. Sin duda hubiera oído a Shere Khan si éste, con su pata coja, hubiera dado uno de sus inseguros pasos por los bosques que dominan el Waingunga: tal era la quietud de aquellas mañanas interminables.
Al fin, llegó el día en que ya no vio al Hermano Gris en el lugar convenido. Entonces, riéndose, condujo a los búfalos por el barranco en que se hallaba el árbol de dhâk, cubierto literalmente de flores de color rojo dorado. Allí estaba el Hermano Gris, el cual mostraba erizados todos los pelos que tenía en el lomo.
-Durante un mes se escondió para despistarte. Anoche cruzó por los campos, siguiéndote los pasos, y Tabaqui lo acompañaba -dijo el lobo, casi sin resuello.
Mowgli frunció el entrecejo.
-Shere Khan no me inspira miedo -respondió-, pero conozco la astucia de Tabaqui.
-No le temas -dijo el Hermano Gris, y se relamió un poco-. Encontré a Tabaqui cuando amanecía. Que vaya ahora con los milanos y les cuente toda su sabiduría; antes me la contó a mí... antes de que le partiera el espinazo. Ahora bien: el plan urdido por Shere Khan es éste: esperarte esta noche a la entrada de la aldea. . . a ti, sólo a ti. En este momento está echado en el gran barranco seco del Waingunga.
-¿Comió hoy, o caza con el estómago vacío? -interrogó Mowgli, porque de la contestación dependía su vida.
-Al amanecer mató un jabalí... y también bebió. Recuerda que Shere Khan nunca pudo ayunar, ni siquiera cuando así convenía a sus propósitos de venganza.
-¡Ah! ¡Imbécil! ¡Imbécil! ¡Dos veces niño! ¡Bien comido, bien bebido.., y aún cree que le dejaré dormir! ¡Veamos! ¿Dónde dices que está echado? Si siquiera fuéramos diez, lo agarraríamos y lo arrastraríamos hasta aquí. Si estos búfalos no sienten su rastro, no querrán embestirlo, y yo no sé hablar su lenguaje. ¿Podríamos colocarnos detrás de él, para que así, olfateando, puedan ellos seguir su pista?
-El taimado siguió a nado la corriente del río Waingunga, para evitar que pudiéramos hacer esto.
-Seguramente, por consejo de Tabaqui. A él solo jamás se le hubiera ocurrido tal cosa.
Mowgli permaneció un rato reflexionando, con un dedo en la boca. Luego dijo:
-A menos de media legua de aquí desemboca en la llanura el gran barranco seco del Waingunga. Si conduzco el rebaño al través de la selva, hasta la parte superior del barranco, y luego lo lanzo hacia abajo... Pero entonces se escaparía por la parte inferior. Debemos cerrar ese extremo. Hermano Gris, ¿puedes dividirme en dos el rebaño?
-Probablemente yo no; pero traje conmigo a alguien que me ayude.
Corrió el Hermano Gris y se metió en un agujero. Salió de allí entonces una enorme cabeza gris (Mowgli la conoció perfectamente) y llenó el cálido ambiente con el más desolado clamor que oírse pueda en la selva: el aullido de caza de un lobo resonando en mitad del día.
-¡Akela! ¡Akela! -gritó Mowgli, palmoteando. No sé cómo no pensé que no me olvidarías. Tenemos entre manos un trabajo muy importante. Divide en dos el rebaño, Akela: a un lado las vacas y terneros; al otro, los toros y los búfalos de labor.
Corrieron los dos lobos; entraban y salían del rebaño, como por juego; y el rebaño, bufando y levantando las cabezas, se separó en dos grupos. Uno de ellos lo formaron las hembras con sus pequeñuelos colocados en el centro; miraban furiosas y pateaban, listas para embestir al primer lobo que permaneciera quieto durante un momento, y para quitarle la vida, aplastándolo. En el otro grupo estaban los toros y novillos que resoplaban y golpeaban el suelo con las patas; pero, como no tenían terneros que proteger, eran los menos temibles aunque su aspecto fuera más imponente. Ni seis hombres juntos hubieran dividido tan bien el ganado.
-¿Qué otra cosa ordenas? -preguntó Akela, jadeando. Intentan reunirse de nuevo.
Mowgli montó sobre Rama y contestó:
-Lleva los toros hacia la izquierda, Akela. Y cuando nos hayamos ido, Hermano Gris, cuida de que no se separen las vacas y condúcelas al pie del barranco.
-¿Hasta dónde? -dijo el Hermano Gris, jadeando también y tirando bocados.
-Hasta donde veas que los lados son de mayor altura que la que pueda saltar Shere Khan -gritó Mowgil-. Conténlas allí hasta que bajemos nosotros.
Al oír ladrar a Akela, empezaron a correr los toros; el Hermano Gris se quedó frente a las vacas. estas lo embistieron y entonces corrió delante de ellas hasta el pie del barranco, en tanto que Akela se llevaba los toros hacia la izquierda.
-¡Bravo! ¡Otra embestida y estarán ya a punto! ¡Cuidado... cuidado ahora, Akela! Si das una dentellada más, embisten los toros. ¡Hujah! Es más duro este trabajo que el de acorralar gamos negros. ¿Imaginaste alguna vez que pudieran correr tanto animales como éstos? -gritó Mowgli.
-En mis buenos tiempos los cacé... sí, también los he cazado -susurró débilmente Akela, cubierto de una nube de polvo-. ¿Los lanzo hacia la selva?
-¡Sí! ¡ Lánzalos, lánzalos pronto! Rama está furioso. ¡Si yo pudiera darle a entender para qué lo necesito hoy!
Fueron dirigidos entonces los toros hacia la derecha y penetraron en la espesura, aplastando todo a su paso. Cuando los demás muchachos encargados del pastoreo a media legua de distancia vieron lo que ocurría, huyeron a todo correr hacia la aldea gritando que los búfalos habían enloquecido y se habían escapado.
El plan de Mowgli era muy sencillo: su propósito era trazar un gran círculo al subir, llegar a la parte alta del barranco y entonces hacer que los toros descendieran por él; así, cogerían a Shere Khan entre éstos y las vacas. Sabía muy bien que, después de haber comido y bebido bien, el tigre no estaría en disposición de luchar ni de encaramarse por los lados del barranco. Ahora, calmaba a los búfalos con sus voces; Akela se había quedado rezagado y no ladraba sino una o dos veces para hacer que la retaguardia apretara el paso.
Muy grande, vastísimo era el círculo que trazaban; no querían acercarse demasiado al barranco y que Shere Khan se diera cuenta de su presencia.
Por último reunió Mowgli al azorado rebaño en torno suyo en lo alto del barranco, sobre una pendiente cubierta de hierba que se confundía, en su extremo, con el mismo barranco.
Desde allí, y mirando por encima de los árbo,les, se veía abajo la extensión del llano. Pero Mowgli se fijó entonces en los lados del barranco, y comprobó con satisfacción que se elevaban casi perpendicularmente, y que ni las vides ni las enredaderas que de ellos colgaban podrían ofrecerle apoyo suficiente al tigre, en caso de que quisiera huir por esa parte.
-¡Déjalos resollar, Akela! -dijo Mowgli levantando un brazo-. No han hallado todavía el rastro. Déjalos resollar. Debo anunciarle a Shere Khan lo que le caerá encima. Ya está cogido en la trampa.
Y haciendo bocina con las manos, gritó hacia el barranco (que casi equivalía a gritar en la boca de un túnel) y el eco de su voz repercutió de roca en roca.
Después de unos momentos respondió el vago y soñoliento gruñido de un tigre, harto ya y que despierta de un sueño.
-¿Quién me llama? -dijo Shere Khan. A su voz, un magnífico pavo real levantó el vuelo desde el fondo del barranco, dando chillidos al huir.
-¡Hablo yo, Mowgli! ¡Ladrón de reses, hora es ya de que vengas conmigo al Consejo de la Roca! ¡Ahí va! ¡Lánzalos, Akela! ¡Abajo, Rama, abajo!...
Durante un momento, el rebaño permaneció quieto al borde de la pendiente. Pero Akela, a plenos pulmones, lanzó su grito de guerra, y todos, uno a uno, se precipitaron como navíos que se lanzan a la corriente, en tanto que saltaban en torno suyo las piedras y la arena. Una vez iniciada la carrera, no había modo de pararla; Rama sintió el rastro de Shere Khan aun antes de llegar al cruce del torrente, y mugió.
-¡Ah! -gritó Mowgli, que cabalgaba sobre él-. Ya te enteraste, ¿eh?
El alud de negros cuernos, hocicos espumajosos y ojos de mirada fija cruzó veloz por la torrentera, como arrancados peñascos en tiempos de avenida, en tanto que los búfalos más débiles eran arrojados a los lados en donde, al pasar, arrancaban las enredaderas. Todos sabían ya el trabajo que les esperaba: un tigre ni siquiera puede pensar en resistir a la terrible embestida de un rebaño de búfalos.
Al escuchar Shere Khan el atronador ruido de las pezuñas, se levantó y echó a andar pesadamente torrentera abajo, mirando a ambos lados en busca de evasión; pero los lados del cauce parecían cortados a pico, y hubo de quedarse allí sintiendo la torpeza producida por la comida y la bebida y deseando cualquier cosa menos tener que batirse. Cruzó el rebaño chapoteando por la laguna que él acababa de abandonar, mugiendo y haciendo retumbar todo el estrecho recinto.
Mowgli oyó que otro mugido contestaba desde el extremo inferior del barranco, y vio que Shere Khan se volvía (sabía el tigre que en último término era mejor enfrentarse con los toros que habérselas con las vacas y terneros). Entonces Rama echó algo por tierra, tropezó con ello y siguió adelante, hollando una masa blanda; luego, con los demás toros detrás que casi iban pisándolo, cayó sobre el otro rebaño con tal furia, que los búfalos más débiles fueron levantados por completo en el aire a causa del choque que se produjo al encontrarse todos.
Ambos rebaños fueron arrastrados hacia la llanura por la embestida, dando cornadas, coces y bufidos. Apeóse Mowgli de Rama en un momento oportuno y empezó a repartir golpes a diestro y siniestro con el palo que llevaba.
-¡Rápido, Akela! ¡Divídelos! ¡Sepáralos, o se pelearán los unos con los otros! ¡Llévatelos, Akela! ¡Hai, Rama! ¡Hai! ¡Hai! ¡Hai!, hijos míos. ¡Despacio, ahora, despacio! Terminó ya todo.
Corriendo de un lado para otro, Akela y el Hermano Gris mordían las patas a los búfalos, y aunque el rebaño viró en redondo intentando embestir de nuevo barranco arriba, Mowgli logró que Rama se diera la vuelta y los demás lo siguieron hacia los pantanos.
No hacía falta que pisotearan más a Shere Khan. El tigre había muerto y los milanos acudían ya para devorarlo.
-¡Hermanos! Murió como un perro -exclamó Mowgli.
Echó mano de un cuchillo que llevaba siempre pendiente del cuello y metido en una vaina, desde que vivía entre los hombres.
-No se hubiera batido cara a cara -prosiguió-. Buen efecto causará su piel colocada sobre la Roca del Consejo. ¡Manos a la obra y pronto!
Nunca se hubiera enfrentado ni en sueños un muchacho criado entre los hombres con la tarea de desollar él solo a un tigre de tres metros de largo. Pero Mowgli sabía mejor que nadie cómo está pegada la piel de un animal a su cuerpo, y, por tanto, el modo de arrancarla. Sin embargo, la labor era ruda. Mowgli cortó y desgarró durante una hora, murmurando entre dientes, en tanto que los lobos lo contemplaban con la lengua colgando, o, cuando él se lo mandaba, se acercaban para dar tirones a la piel.
Sintió de pronto que en su hombro se apoyaba una mano, y, al levantar los ojos, vio a Buldeo con su viejo mosquete. Los chiquillos habían esparcido en la aldea la noticia del pánico que había hecho presa de los búfalos, y Buldeo, malhumorado, salió movido por el intenso deseo de aplicarle un correctivo a Mowgli por haber descuidado el rebaño. En cuanto vieron venir al hombre, los lobos se eclipsaron.
-¿Qué significa esa locura? -exclamó, incomodado, Buldeo-. ¿Crees que tú solo podrás desollar al tigre? ¿Dónde lo mataron los búfalos? Y además es el tigre cojo por cuya cabeza ofrecieron cien rupias.
¡Bueno, bueno! Dejaste escapar el rebaño, pero, en fin, podemos pasar eso por alto. Hasta probablemente te daré una de las rupias como premio, después que yo lleve la piel a Khanhiwara.
Se tocó la ropa, buscando un pedernal y un pedazo de acero, y se inclinó para quemarle los bigotes a Shere Khan. Esta operación es practicada por la mayor parte de los cazadores indígenas para evitar que luego los persiga el espíritu que suponen habita en el tigre.
-¡Je! -masculló Mowgli mientras arrancaba la piel de una de las patas del tigre-. De modo que el asunto es éste: te llevas la piel a Khanhiwara, te dan el premio, y luego quizás me darás una rupia. Pues bien: creo que necesitaré esa piel para mi propio uso. ¡Ea, aparta ese fuego, viejo!
-¿Así le hablas al jefe de los cazadores de la aldea? Cuanto hiciste, se lo debes a la suerte y a la ayuda que te prestó la imbecilidad de tus búfalos. Está claro que el tigre acababa de darse un atracón; de lo contrario, ya estaría ahora a cinco leguas de este sitio. ¡Ni siquiera puedes desollarla bien, y, no obstante, tú, un pillete, osas decirle a Buldeo que no le queme los bigotes! ¡Vaya, Mowgli! No te daré ni un anna de premio; te daré una buena paliza. ¡Suelta el tigre!
-¡Por el toro que me rescató! -exclamó Mowgli, que entonces luchaba por llegar hasta el hombro de la fiera-. ¿Crees que me estaré charlando toda la tarde contigo, mono viejo? ¡Akela, ven acá! Líbrame de este hombre que me molesta.
Buldeo continuaba aún inclinado sobre la cabeza de Shere Khan; pero de pronto se vio tendido sobre la hierba con un lobo gris encima, en tanto que Mowgli continuaba su tarea corno si no existiese más que él en toda la India.
-Sí -dijo el muchacho entre dientes-; tienes toda la razón, Buldeo. Nunca me darías ni un anna en premio. Había un duelo pendiente entre este tigre cojo y yo. . . Un duelo antiguo.., muy antiguo... Y... venci yo.
Si se ha de hablar con entera imparcialidad, convendrá reconocer que, si Buldeo hubiera sido diez años más joven, habría medido sus fuerzas con las de Akela a haberse encontrado con él en el bosque. Pero ciertamente un lobo obediente a las órdenes de aquel muchacho (el cual, a su vez, tenía duelos pendientes con tigres devoradores de hombres), no era un animal como los demás. Todo aquello era arte de encantamiento, magia de la peor clase -pensó Buldeo-, y dudó de que bastara a protegerlo el amuleto que llevaba pendiente del cuello. Permaneció, pues, tendido, como paralizado, y esperaba que, en cualquier momento, Mowgli también se convirtiera en un tigre.
-¡Maharaja! ¡Gran rey! -dijo por último con voz ronca y en tono de voz tan bajo que parecía un susurio.
-¿Qué? -respondió Mowgli sin volver la cabeza y sonriendo un poco, satisfecho.
-Soy un anciano, e ignoraba que fueses algo más que un zagal. ¿Permitirás que me levante y me vaya? ¿O me hará pedazos ese sirviente que tienes a tus órdenes?
-Vete, vete en paz. Pero no te metas con mi caza en otra ocasión. ¡Suéltalo, Akela!
Buldeo se dirigió cojeando hacia la aldea, tan aprisa como pudo. Miraba hacia atrás, por encima de su hombro: no fuera a ser que Mowgli se metamorfoseara en algo que causara espanto. Al llegar allá, narró de inmediato un cuento de magia. encantamientos y brujerías, todo lo cual hizo que el sacerdote se pusiera muy serio.
Entre tanto Mowgli prosiguio su trabajo, pero ya estaba encima la noche cuando entre él y los lobos terminaron de separar la enorme y vistosa piel del cuerpo del tigre.
-Ahora -observó- conviene esconder eso y hacer que los búfalos vuelvan a casa. Akela, ayúdame a reunirlos.
Una vez reagrupado el rebaño a la luz dudosa del crepúsculo, se dirigieron hacia la aldea. En cuanto estuvieron cerca de ella, vio Mowgli algunas luces, oyó que en el templo estaban tocando las campanas, y que además estaban soplando en caracoles marinos.
A las puertas del lugar parecía haberse reunido para esperarlo la mitad de la población.
-Quizás esto se debe a que he matado a Shere Khan -pensó Mowgli. Pero he aquí que una lluvia de piedras silbó en sus oídos al propio tiempo que gritaban los aldeanos:
-¡Hechicero! ¡Hijo de una loba! ¡Diablo de la selva! ¡Lárgate! ¡Lárgate de aquí en el acto, si no quieres que el sacerdote te cambie otra vez en lobo! ¡Dispara, Buldeo, dispara!
Con gran estampido hizo fuego el mosquete... y lanzó un mugido de dolor uno de los búfalos jóvenes.
-¡Otro maleficio! -gritaron los aldeanos-. ¡El muchacho desvió la bala! ¡El búfalo herido es el tuyo, Buldeo!
-Pero, ¿qué significa esto? -dijo Mowgli aturdido, viendo cómo arreciaba la lluvia de piedras.
-Esos hermanos tuyos se parecen mucho a los de la manada -dijo Akela, sentándose gravemente-. La intención de toda esa gente es arrojarte de este lugar, eso creo yo, si es que las balas significan algo.
-¡Lobo! ¡Lobato! ¡Vete de aquí! -chilló el sacerdote agitando una rama pequeña de la planta sagrada que llaman tulsi.
-¡Vaya! ¿Otra vez? La anterior fue porque era un hombre. Ahora, porque soy un lobo. ¡Vámonos, Akela!
Una mujer, Messua, corrió hacia el rebaño y gritó:
-¡Hijo mío! ¡Hijo mío! Dicen que eres un hechicero, y que si quieres puedes transformarte en fiera. Yo no lo creo, pero vete, o te matarán. Buldeo afirma que eres un brujo; yo sé que lo único que hiciste fue vengar la muerte de Nathoo.
-¡Atrás, Messual ¡Atrás, o te apedreamos! -gritó entonces la multitud.
Mowgli se sonrió forzada y brevemente porque una piedra acababa de pegarle en la boca.
-¡Retrocede, Messua! -dijo-. Todo eso no es sino uno de esos cuentos imbéciles que inventan al anochecer, bajo la sombra del árbol. Por lo menos, te pagué la vida de tu hijo. ¡Adiós! Corre cuanto puedas, pues lanzaré contra ellos el rebaño con mayor velocidad que la que traen los pedazos de ladrillo que me arrojan. No soy ningún brujo, Messua. ¡Adiós! -y luego gritó: Akela, júntame de nuevo el rebaño.
Los búfalos no querían otra cosa sino volver a la aldea. Por tanto, apenas si tuvieron necesidad de que los azuzara Akela. Se lanzaron corno torbellino al través de las puertas, dispersando a la multitud a derecha e izquierda.
-¡Cuéntenlos! -gritó, desdeñoso, Mowgli-. A lo mejor les robé uno. Cuéntenlos, porque ésta es la última vez que apacentaré. ¡Queden con Dios, hijos de los hombres, y agradézcanle a Messua que no vaya yo también con mis lobos a darles caza en mitad de las calles!
Volviendo la espalda, echó a andar con el Lobo Solitario, y entonces, como se le ocurriera mirar a las estrellas. se sintió verdaderamente feliz.
-Nunca más dormiré dentro de una trampa, Akela. Recojamos ahora la piel de Shere Khan y vámonos. No le hagamos el menor daño a la aldea: tengamos presente lo bien que se portó Messua conmigo.
Cuando la luna se elevó sobre la llanura, dando a todas las cosas como un tinte algo lechoso, los aldeanos vieron aterrorizados cómo Mowgli, en compañía de dos lobos y con un fardo sobre la cabeza, corría a campo traviesa con el trotecillo característico de los lobos, que se tragan los kilómetros como nada. Entonces echaron a vuelo las campanas y soplaron en los caracoles marinos con más fuerza que nunca. Lloró Messua, y Buldeo, por su parte, empezó a hermosear con tales adornos la historia de sus aventuras en la selva, que acabó por decir que Akela, erguido sobre sus patas, había hablado como un hombre.
Ya la luna iba hacia su ocaso cuando Mowgli y los dos lobos se aproximaban a la colina donde se hallaba la Peña del Consejo. Se detuvieron ante el cubil de mamá Loba.
-Me arrojaron de la manada de los hombres, madre. Pero cumplí mi palabra: traigo la piel de Shere Khan -dijo Mowgli.
Caminando con gran dificultad, salió mamá Loba de la caverna; tras de ella iban sus cachorros. Brillaron intensamente sus ojos cuando vio la piel.
-Se lo dije aquel día, renacuajo mio: se lo dije aquel día cuando metió cabeza y hombros en esta caverna yendo en tu busca para matarte: le dije que un día u otro el cazador resultaría cazado. ¡Hiciste buen trabajo!
-¡Muy bien, hermanito! -se oyó que decía una voz, en la espesura-. ¡Cuánto te echábamos menos en la selva!
Y apareció Bagheera. Venía coriiendo y tocó los desnudos pies de Mowghi.
Juntos ascendieron a la Roca del Consejo. Sobre la roca plana donde solía instalarse Akela, extendióMowghi la piel y la sujetó luego con cuatro trozos de bambú.
Akela se echó sobre ella y lanzó el antiguo grito del consejo:
-¡Miren, lobos, miren bien! -su exclamación fue exactamente lo que dijo cuando llevaron allí a Mowgli por primera vez.
Desde el tiempo en que fue destituido Akela, la manada no había tenido jefe, y cazaba y luchaba como mejor le parecía. Pero todavía respondían a aquel grito por costumbre. Todos los que quedaban vinieron al consejo, aunque algunos estuvieran cojos por culpa de las trampas en que cayeran, u otros arrastraban una pata por haber sido heridos en ella de un balazo, o unos cuantos estuvieran sarnosos por haber comido algo malo, u otros más se hubieran extraviado. Vinieron al Consejo de la Roca y vieron la piel rayada de Shere Khan tendida sobre la roca, con sus enormes garras colgando al extremo de las patas que se balanceaban vacías.
Fue entonces cuando Mowgli empezó a entonar una canción sin rimas que se le vino a los labios espontáneamente; empezó a cantarla a grandes voces al mismo tiempo que se arrojaba sobre la piel y llevaba el compás con los talones; la cantó hasta que se le terminó el aliento, y en tanto que cantaba, el Hermano Gris y Akela aullaban entre las estrofas.
-¡Miren bien, lobos, miren bien! -exclamó Mowghi cuando terminó-. ¿Cumplí mi palabra?
Los lobos, aullando como perros, dijeron:-¡Si!
Uno de ellos, cubierto de cicatrices y desgarrones en la piel, aulló:
-¡Guíanos de nuevo, Akela! Guíanos de nuevo, hombrecito; estamos hartos de vivir sin ley. Queremos ser de nuevo el pueblo libre que fuimos en otros tiempos.
-No; eso puede ser una equivocación -murmuró Bagheera-. Por que acaso, cuando de nuevo os sintiérais hartos, volveríais a vuestra antigua locura. Os llaman el pueblo libre, y no en balde. Luchasteis por la libertad y la libertad es vuestra. ¡Devoradla, lobos!
-Fui arrojado de la manada de los hombres y de la manada de los lobos -observó Mowgli-. De hoy más, cazaré solo en la selva.
-Y nosotros contigo -dijeron los cuatro lobatos.
Por tanto, a partir de aquel día Mowgli cazó con ellos en la selva. Mas no siempre estuvo solo: unos años después, cuando se hizo hombre, se casó.
Pero a partir de ese momento su historia es ya para personas mayores.

1 comentario:

  1. por fin llegué!!!!

    a ver, es difícil puntuarte el trabajo en tu caso; el trabajo en sí me ha gustado mucho, pero está claro que los problemas que tuviste al principio con el cuento que habías elegido te han afectado a la media, s lo comparamos con otras compañeras que han trabajado a lo largo de todo el año. Aún así, teniendo en cuenta el resultado final (sólo puedo objetar que te has dejado unos cuantos referentes de Tarzán) te pongo un 8 ;)

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